Pero, leída esta narración desde los ojos de la fe, la cosa cambia. Ya no son los compañeros que transportan a un amigo, sino el mismo Dios que viaja en la misma barca... Y ya no es un puñado de compañeros, sino la representación de la misma Iglesia... Y no se trata de una tempestad cualquiera, sino de los acontecimientos históricos que ponen en peligro la vida de la comunidad cristiana... Y lo que en un momento los discípulos pudieron haber captado como un suceso de dominio de las energías de la naturaleza, se convierte en un acontecimiento casi cósmico, en el que el mar y la naturaleza le obedecen a Cristo, como se relataba en el Antiguo Testamento acerca de Yahvé.
El relato es sencillo y vale la pena leerlo para darse cuenta de que no hay exageración, ni mucho menos mentira. Hay sencillamente un descubrimiento, desde la fe, del significado hondo de las cosas que acontecen. Es que un milagro es precisamente esto: el llegar a descubrir y admirar la presencia honda, secreta y misteriosa de Dios en nuestra vida. Para quien tiene fe viva, la vida está llena de cosas sobrenaturales que es son más natural en el diario vivir del cristiano, por la fe que tenemos en Dios. Lo sobrenatural no es una imaginación, sino la gran verdad de la vida humana. Quien no tenga ojos de fe, no descubrirá nunca las bellezas de lo simbólico y de lo liberador que encierra un milagro bíblico. Por eso conviene siempre invocar a la Virgen Santísima, porque ella supo muy bien leer lo sobrenatural en los hechos de la vida. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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