martes, 28 de junio de 2022

«El milagro de Jesús en la tempestad»... Un pequeño pensamiento para hoy


La narración de un milagro implica siempre la relectura de un acontecimiento desde la fe. Eso sucede con el evangelio de hoy (Lc 8,23-27). Y en este proceso de relectura no es fácil ver qué corresponde al acontecimiento original y qué al simbolismo que le añade la fe que lo interpreta. De todas formas, un milagro es esa bella síntesis donde la historia, la libertad, la fe y la gracia se unen para manifestar el amor de Dios y todas las implicaciones que él conlleva. Leído desde la cronología de la vida diaria, este relato que nos narra el evangelio, es una bella historia de compañerismo. Ciertamente Jesús, que vivía más bien en un ambiente de campo, no tenía mucha experiencia del mar, por eso es lógico que se duerma al montarse en una barca y se atenga a que los discípulos —algunos de ellos expertos en el mar— sabrán que hacer.

Pero, leída esta narración desde los ojos de la fe, la cosa cambia. Ya no son los compañeros que transportan a un amigo, sino el mismo Dios que viaja en la misma barca... Y ya no es un puñado de compañeros, sino la representación de la misma Iglesia... Y no se trata de una tempestad cualquiera, sino de los acontecimientos históricos que ponen en peligro la vida de la comunidad cristiana... Y lo que en un momento los discípulos pudieron haber captado como un suceso de dominio de las energías de la naturaleza, se convierte en un acontecimiento casi cósmico, en el que el mar y la naturaleza le obedecen a Cristo, como se relataba en el Antiguo Testamento acerca de Yahvé.

El relato es sencillo y vale la pena leerlo para darse cuenta de que no hay exageración, ni mucho menos mentira. Hay sencillamente un descubrimiento, desde la fe, del significado hondo de las cosas que acontecen. Es que un milagro es precisamente esto: el llegar a descubrir y admirar la presencia honda, secreta y misteriosa de Dios en nuestra vida. Para quien tiene fe viva, la vida está llena de cosas sobrenaturales que es son más natural en el diario vivir del cristiano, por la fe que tenemos en Dios. Lo sobrenatural no es una imaginación, sino la gran verdad de la vida humana. Quien no tenga ojos de fe, no descubrirá nunca las bellezas de lo simbólico y de lo liberador que encierra un milagro bíblico. Por eso conviene siempre invocar a la Virgen Santísima, porque ella supo muy bien leer lo sobrenatural en los hechos de la vida. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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