En estos párrafos finales del evangelio de san Juan, es importantísimo contemplar el «Tú sígueme» que Jesús hace a Pedro. Es que nuestro seguimiento del Señor debe ser consecuencia de haberlo conocido, de amarlo y de estar totalmente comprometidos con él y con su evangelio. Nosotros debemos ser los primeros en hacer nuestra la vida nueva que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús, su Hijo, hermano y señor nuestro. Pero esa vida que Dios nos ha comunicado no podemos encerrarla, sino que la hemos de proclamar al mundo entero para que a todos llegue la salvación de Dios.
A través del tiempo la Iglesia católica continuará escribiendo esa historia del amor de Dios no sólo mediante sus palabras, sino también mediante sus obras, sus actitudes y su vida misma. A la «Palabra de Dios» se añadirá la tradición de la Iglesia y el magisterio. Esto nos debe llevar a no romper la unidad en la Iglesia, y a saber respetar los carismas que Dios ha derramado a manos llenas en su Iglesia para el bien de la misma. Son san Pedro y los demás apóstoles, al igual que sus sucesores, quienes sabrán discernir esos carismas e impulsarlos para que cada uno, a la medida de la gracia recibida, pueda colaborar para que el Reino de Dios llegue cada día con mayor fuerza entre nosotros. Así, unidos en torno a Cristo, caminando tras sus huellas llegaremos, finalmente ahí donde Él, nuestra Cabeza y Principio, nos ha precedido. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos dejemos llenar por el Espíritu Santo en una nueva Pentecostés que nos conceda la gracia de ser leales a la misión evangelizadora que nos ha confiado. Que Él derrame en abundancia sobre nosotros su Espíritu Santo para que nos conduzca y lleguemos a lograr, juntos, la salvación eterna. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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