Un misterio —bien lo sabemos— es todo aquello que no podemos entender con la razón. Es algo que sólo podemos comprender cuando Dios nos lo revela. Este misterio de la Santísima Trinidad —Un sólo Dios en tres Personas distintas—, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en sí mismo. Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles, aunque como digo, la fiesta oficial se instituyera muchos años después. Luego de la Resurrección, los primeros seguidores del camino iniciado por Cristo comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios.
El evangelio de hoy (Jn 16,12-15) nos muestra en la escena a Cristo que habla del Padre y del Espíritu Santo haciéndonos ver que se trata de un solo Dios en tres personas. El Padre, primera persona, es el Creador de todas las cosas y de manera especial del ser humano, hecho a su imagen y semejanza; Jesús, es el Hijo, segunda persona, encarnado por amor a nosotros, para dar cumplimiento a la obra redentora, liberándonos del pecado y dándonos la vida eterna; y el Espíritu Santo, tercera persona, donde el Padre y el Hijo, se hacen presentes en nuestra vida a través de Él, iluminándonos, santificándonos y ayudándonos con sus dones, para alcanzar la vida eterna. En este Domingo de la Santísima Trinidad, en el que nos sentimos queridos por este Dios Trino vivamos el gozo de esta fiesta bajo l mirada amorosa de María la Hija predilecta del Padre, la Madre amorosa de Jesús y la fiel esposa del Espíritu Santo. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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