Las palabras de Jesús: «He ahí a tu hijo», realizan lo que expresan, constituyendo a María madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina. Por eso le rendimos una especial veneración como Madre de la Iglesia. Al mismo tiempo, Jesús recomienda a Juan que esté al tanto de su madre con particular amor, es decir, se la confía, para que la reconozca como su propia madre. La Virgen acoge en silencio la elevación a este grado máximo de su maternidad de gracia, habiendo dado ya una respuesta de fe con su «sí» en la Anunciación.
La Virgen María fue solemnemente proclamada como «Madre de la Iglesia» en el Concilio Vaticano II el 21 de nov. de 1964, sustentando esto en este pasaje evangélico que la liturgia del día de hoy nos regala. María Santísima es verdaderamente madre nuestra. Ella nos engendra continuamente a la vida sobrenatural. Ella como madre intercede continuamente por nosotros ante su Hijo. Ella siempre nos indica el camino a Cristo y nos concede las gracias necesarias para andar. Al volver a la vivencia del Tiempo Ordinario en la liturgia de la Iglesia, encomendémonos a ella. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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