domingo, 5 de junio de 2022

«Pentecostés»... Un pequeño pensamiento para hoy


Desde finales del siglo IV, el día de Pentecostés está marcado particularmente por la conmemoración de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y María Santísima. Es un día en que la Iglesia dirige su atención de una manera especial a honrar a la tercera Persona de la Santísima Trinidad. En el Nuevo Testamento, el don del Espíritu se presenta como fruto de la Pascua. «Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,39). Por eso, el Resucitado se da prisa en comunicar el Espíritu a los suyos, la tarde misma del día de la resurrección, en su primera aparición, como nos narra el Evangelio de hoy (Jn 20,19-23). En realidad, ese Espíritu es el «aliento vital» que exhaló Jesús sobre su Iglesia desde lo alto de la cruz en el momento de pasar de este mundo al Padre: un regalo nupcial del Esposo.

A todo discípulo–misionero de Cristo debe quedarle muy claro que la función del Espíritu Santo en la Iglesia no es suceder a Cristo ni, menos aún, suplantarlo. Por el contrario, es «llevar a plenitud la obra de Cristo en el mundo», como lo afirma la plegaria eucarística IV del Misal Romano. Corresponde al Espíritu Santo asegurar la presencia invisible y perenne de Cristo y de su obra; desplegar, en el tiempo y en el espacio, la totalidad del misterio de Cristo; «hacernos comprender la realidad misteriosa de su sacrificio y llevarnos al conocimiento pleno de toda la verdad revelada», como dice la oración sobre las ofrendas de la Misa de hoy; ayudarnos a interiorizar y asimilar la  salvación de Cristo.

El Espíritu clausura las solemnidades pascuales abriendo a la Iglesia a la misión que nace ineludiblemente de la experiencia de la Pascua. A los discípulos–misioneros reunidos el Resucitado les comunica el Espíritu como una fuerza que los aliente a llevar adelante la misión que les encomienda. El Espíritu los transforma en testigos valientes, en predicadores enardecidos de la Buena Noticia. Se da a la Iglesia como un principio vital que le permite crecer, expansionarse, manifestarse al exterior, irradiar hacia el mundo la presencia salvadora de Cristo en la tarea de todos los discípulos–misioneros, pregoneros de la Buena Nueva. Va plasmando a la Iglesia como lugar de encuentro y diálogo, como instrumento de paz y reconciliación, para que sea ante todo el mundo signo visible de salvación. Pidamos a María Santísima que así como acompañó a aquel grupito en la recepción del Espíritu Santo, nos acompañe a nosotros y nos llenemos de esa fuerza que nace de lo alto. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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