Mucha gente piensa que las cosas del mundo le darán la felicidad, y lo cierto es que, con las cosas materiales, como dicen en Michoacán: ¡uno no tiene llenaderas! Y es que fuimos creados para la eternidad y no para estacionarnos en este mundo. Aquí solamente vamos de paso y estamos, por más que la gente viva, unos cuantos años comparados con la eternidad.
Dios nos ha enviado a este mundo para ir haciendo un ensayo de lo que será nuestra plena felicidad y por eso hemos de captar que la vida es una escuela en donde el Señor nos enseña a vivir en el dinamismo del amor para alcanzar la realización que nos lance a la vida eterna. En el evangelio de hoy (Jn 17,20-26) Jesús nos dice que él quiere que donde esté él, estemos también nosotros. San Juan de la Cruz, por su parte, nos recuerda que al atardecer de nuestras vidas seremos juzgados en el amor, así que hay que dar amor para recibir el mismo. No es posible vivir sin amar ni ser amado en cualquier circunstancia. Si alguien no es capaz de aprender esta enseñanza de amar y ser amado, vivirá amargado, vivirá sin incentivos, será parte de una colección de personas que viven infelices en este mundo. Pidamos a la santísima Virgen María que nos ayude a seguir creciendo en esta escuela de la vida que nos capacita para la eternidad. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
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