Así, al recomendarnos que renunciemos al juramento, Jesús revaloriza la palabra humana y nos deja en claro que es inútil hacer cualquier juramento. Nos debe quedar claro que la palabra humana tiene un valor por sí misma, por la sinceridad que atestigua, por eso se dice: «este es un hombre de palabra» o «esta es una mujer de palabra». De hecho, si Dios está presente en la palabra del creyente, lo está menos por la invocación exterior de su Nombre, que por la objetividad y la verdad interna de la cual esta palabra es portadora.
¿Somos hombres y mujeres de palabra? Más nos vale que sí. Debemos decir las cosas con sencillez, sin fingimientos ni complicaciones, sin manipular la verdad. Así nos haremos más creíbles a los demás —no necesitaremos añadir «te lo juro» para que nos crean o el «te lo prometo» pensado como juramento— y nosotros mismos conservaremos una mayor armonía interior, porque, de algún modo, la falsedad puede leer las páginas que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica al octavo mandamiento: vivir en la verdad, dar testimonio de la verdad, las ofensas a la verdad, el respeto de la verdad (CEC 2464-2513). Que María santísima «mujer de palabra» nos ayude a vivir en la verdad. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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