jueves, 28 de enero de 2021

«Ser luz»... Un pequeño pensamiento para hoy

A los discípulos–misionero de Cristo no nos basta ser bautizados, dentro de nosotros se esconde un misterio que tiene que manifestarse a los demás. Dios ha puesto su Espíritu Santo y su Palabra, en cada uno de nosotros, una Luz que no puede quedarse solo en nuestro corazón, sino que ha de ser conocida y amada por toda la humanidad porque somos templos vivos del Espíritu Santo y eso nos hace portadores de su Palabra, heraldos del Evangelio. En la medida que dejamos que el Espíritu dirija nuestra vida y hablamos de Jesús a los que nos rodean, en esa medida la Luz brilla y el Reino de los cielos va siendo una realidad. No podemos tener miedo de dejar que Jesús y la vida en le Espíritu se transparente en nosotros. Somos el instrumento por el cual el mundo conocerá de una manera más clara a Dios. Esta es, en resumidas cuentas, la enseñanza del Evangelio de hoy (Mc 4,21-25).

Desde el momento de nuestro bautismo, somos unos iluminados: nacimos de la luz que es Cristo y recibimos la misión de irradiar esa luminosidad a nuestro alrededor. Si no arde o no ilumina nuestra luz, no alcanzamos a realizarnos como lo que debemos ser. La contradicción es patente. Por eso, la parábola de la vela colocada debajo de la cama, oculta debajo de una olla, o substraída, en fin, a su función esencial de iluminar, expresa perfectamente la contradicción de los cristianos que no saben dar la cara, los que no permiten que su vida y sus obras ordinarias queden transidas de la luminosidad que emerge de la fe. Necesitamos ser luz e iluminar. Necesitamos que la Palabra de Dios nos avive el sentido de las dimensiones de la realidad. Necesitamos tener la visión exacta de las cosas, de los momentos, de los espacios en donde nos desarrollamos Hoy nos toca ser luz en una época muy difícil en medio de una pandemia y aquí es donde tenemos que ser luz, luz que dé confianza en Cristo el señor que viene a iluminar el sendero en medio de estas tinieblas que vive la humanidad. Dios nos quiere como luz; como luz brillante, como luz fuerte que no se apague ante las amenazas, ni ante los vientos contrarios, ni ante la entrega de la propia vida por creer en Cristo y, desde Él, por amar al prójimo. 

A la luz del Evangelio, vemos que Dios nos llama para que colaboremos en la disipación de todo aquello que ha oscurecido el camino de los hombres; que vivamos fieles a la vocación que de Dios hemos recibido. Si lo damos todo con tal de hacer llegar la vida, el amor, la paz y la misericordia de Dios a los demás, esa misma medida la utilizará Dios cuando, al final de nuestra existencia en este mundo, nos llame para que estemos con Él eternamente. Creer en Cristo, desde esta perspectiva, es aceptar en nosotros su luz y a la vez ser luz para comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a toda la humanidad que anda a oscuras. Por eso cabría preguntarnos si somos nosotros luz que ilumina a los demás con nuestro testimonio en saber escuchar a los demás, en perdonarles cuando nos han ofendido, en prestarles nuestra ayuda cuando lo necesiten, etc. O por el contrario somos malos conductores de la luz de Cristo. Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como un signo vivo, creíble y valiente del Reino de Dios entre nosotros. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.


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