lunes, 18 de enero de 2021

«El ayuno y el vino nuevo»... Un pequeño pensamiento para hoy


El tema del Evangelio de hoy (Mc 2,18-22) es el del ayuno en los tiempos de Cristo.  Los judíos ayunaban dos veces por semana —los lunes y los jueves— dando a esta práctica un tono de espera mesiánica. También el ayuno de Juan el Bautista y sus discípulos apuntaba a la preparación de la venida del Mesías. Ahora que ha llegado ya, Jesús les dice que no tiene sentido dar tanta importancia al ayuno porque él es el Mesías y ya ha llegado. Con unas comparaciones muy sencillas y profundas se retrata a sí mismo: Él es el Novio y por tanto, mientras esté el Novio, los discípulos están de fiesta; ya vendrá el tiempo de su ausencia, y entonces sí que ayunarán; él es la novedad, por eso el paño viejo ya no sirve; los odres viejos estropean el vino nuevo. Los judíos tienen que entender que han llegado los tiempos nuevos y adecuarse a ellos.

El cristianismo es fiesta y comunión, en principio. Así como en el Antiguo Testamento se presentaba con frecuencia a Yahvé como «el Novio o el Esposo de Israel», ahora en el Nuevo Testamento es Cristo quien se compara a si mismo con el Novio que ama a su Esposa, la Iglesia. Y eso provoca alegría, no tristeza. Por eso el ayuno no es un «absoluto» en nuestra fe. Lo primario es la fiesta, la alegría, la gracia y la comunión. Lo prioritario es la Pascua, aunque también tengan sentido el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno. Pero este ayuno no debe disminuir el tono festivo, de alegría, de celebración nupcial de los cristianos con Cristo, el Novio. Los seguidores de Jesús, por la adhesión a él, han borrado su pasado pecador y obtenido el Espíritu, el favor de Dios (Mc 2,5.10). Por eso afirma aquí Jesús que no tienen motivo para el ayuno y la tristeza, sino que viven en ambiente de alegría —comparación con la boda—. Niega así valor religioso a la ascética tradicional y, en particular, al ayuno, que se entendía solamente como expresión ocasional de tristeza y luto y no como nosotros lo entendemos ahora que es el usar moderación en todo, es decir, ser sobrios, no dejándonos deslumbrar u ofuscar por la realidad del entorno.

Por su parte, el vino nuevo del que nos habla la perícopa de hoy, es el Evangelio de Jesús. Los odres viejos, las instituciones judías y sobre todo la mentalidad de algunos. La tradición —lo que se ha hecho siempre— es más cómoda. Pero los tiempos mesiánicos exigen la incomodidad del cambio y la novedad. Los odres nuevos son la mentalidad nueva, el corazón nuevo que todo discípulo–misionero de Cristo habrá de adquirir. De esta manera, la parábola del remiendo y el vino nuevo pone de manifiesto la novedad del Reino, la capacidad de riesgo y creatividad que el Reino exige para vivir el Evangelio. Con su testimonio Jesús demuestra que la vieja estructura debe ser cambiada de raíz, que el Reino no es una reforma de la ley, que no vino a poner algo nuevo sobre lo viejo. Lo más cierto es que todo debe ser nuevo entre nosotros sus seguidores. Pidamos al Señor por mediación de María su Madre, que sepamos ver siempre el Evangelio con ojos nuevos y no nos cansemos de ser portadores de la Buena Nueva con alegría. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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