En una homilía del 24 de marzo de 2016, el Papa Francisco afirmaba: «La Misericordia de nuestro Dios es infinita e inefable y expresamos el dinamismo de este misterio como una misericordia “siempre más grande”, una misericordia en camino, una misericordia que cada día busca el modo de dar un paso adelante, un pasito más allá». Al leer el pasaje evangélico que la liturgia marca para este día (Mc 1,29-39), me llama la atención esa «Misericordia» de Cristo en camino, esa misericordia que se detiene para curar a la suegra de Pedro que está enferma, pero que no hace a un lado el sufrimiento y el dolor de los demás enfermos hacia los que también se acerca a curarlos con esa misma misericordia y compasión. Este relato es la continuación de una serie de milagros contados por san Marcos, ya que ese mismo día Jesús había expulsado los demonios de un hombre en la sinagoga. Sus días serán así, siempre esparciendo esa misericordia para cada uno en particular y para todos en general.
Así es la misericordia de Jesús, que siente compasión por todos. Sanar, entrar en la casa, sanar, orar, predicar, sanar... Son las acciones de ese Jesús misericordioso en su jornada. Ya sabemos que predica el reinado de Dios, su voluntad de salvación y de felicidad para toda la humanidad. Su predicación se hace realidad en la salud que difunde en torno suyo. Todo a partir, seguramente, de su intensa relación con Dios, por medio de la oración. ¿No es esta agenda misericordiosa de Jesús una agenda para la Iglesia, para nuestra comunidad, para cada uno de nosotros sus discípulos–misioneros? Jesús nunca se ha cansado de ser misericordioso. Hoy aún sigue siendo el hombre más misericordioso de todos. Han llegado a la casa de Simón, y encuentra a la suegra de éste enferma. Jesús la toma de la mano y la cura. Él todo poderoso; Él conocedor de los sufrimientos humanos; Él, que tanto ha amado al mundo, ¿se iba a quedar tranquilo viendo a los hombres perderse? No, hay que salvarlos a toda costa. Por eso allí está, sirviendo en los momentos de mayor intimidad con sus discípulos.
La suegra aprendió muy bien la lección de ese día: «En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles». ¿Cuántas lecciones tenemos que sacar de este pequeño acto de donación? Se dice que arrastra más un ejemplo que muchas palabras. Aquí lo tienen. El ejemplo está claro: Cristo es misericordioso. Aunque haya pasado toda una tarde de enseñanzas con sus discípulos, Él al atardecer extendió su misericordia hacia los demás, para darles la Vida y que la tuvieran en abundancia. No sólo actuó en ese pueblo, sino que su amor misericordioso se extendió, durante su vida terrena, a los judíos, pero ahora sigue haciendo el bien, a través de un ejemplo de uno de sus consagrados, a través de la oración abnegada de todos los días de una madre de familia, o la sencillez de corazón de un jovencito que hace un acto de amor para con el viejecito que está cruzando la calle. El actúa hoy de muchas formas en el mundo, principalmente a través de los actos de misericordia. ¡Queda tanto por hacer...! Que María santísima nos ayude a no perder de vista que tenemos que ser misericordiosos como Jesús. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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