San Marcos nos cuenta, en el Evangelio de hoy (Mc 3,13-19), la elección de los doce Apóstoles que siguieron a Jesús porque él los llamó. De entre los discípulos, que creen en él y le van reconociendo como el Mesías esperado, él elige a doce, que a partir de ahora le seguirán y estarán con él en todas partes. Apóstol, en griego, significa «enviado». Estos doce son llamados para convivir con él y para ser enviados luego a predicar la Buena Nueva, con poder para expulsar demonios, como lo ha hecho él. O sea, estos Apóstoles van a compartir su misión mesiánica y serán la base de la comunidad eclesial para todos los siglos. El número de doce no es casual: es evidente su simbolismo, que apunta a las doce tribus de Israel. La Iglesia va a ser desde ahora, con los doce, el nuevo Israel, unificado en torno a Cristo Jesús.
Algo muy significativo del texto es que dice: «llamó a los que él quiso». Es una elección gratuita y que no solamente elige individualmente, sino que crea una comunidad. También a nosotros, en nuestra época, nos ha elegido el Señor gratuitamente para la fe cristiana y para consolidar nuestra respuesta en una vocación específica única e irrepetible. En línea con esa lista de los doce, que son muy diferentes unos a otros, estamos también nosotros. No somos sucesores de los Apóstoles —como lo son los obispos— pero sí miembros de una comunidad que forma la Iglesia «apostólica». Al ver el conjunto de estos Apóstoles encontramos de todo, y con ello nos damos cuenta de que el Señor no nos elige por nuestros méritos, porque somos los más santos ni los más sabios o porque estamos llenos de cualidades humanas, sino simple y sencillamente porque él así lo ha querido. Hoy deberíamos sentir el llamado de Jesús a seguirle, a ayudarle en la tarea de la predicación del Evangelio y de la construcción de la Iglesia. Lo deberíamos sentir todos, hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos. Porque a todos nos sigue llamando y enviando Jesús.
Probablemente también entre nosotros hay personas débiles, como en aquellos primeros doce. De entre ellos uno hasta resultó traidor, otros le abandonaron en el momento de crisis, y el que él puso como jefe le negó cobardemente. Nosotros seguro que también tenemos momentos de debilidad, de cobardía o hasta de traición. Pero siempre deberíamos confiar en su perdón y renovar nuestra entrega y nuestro seguimiento, aprovechando todos los medios que él nos da para ir madurando en nuestra fe y en nuestra vida cristiana. Como los doce, también nosotros buscamos estar con él para ser enviados y creo yo, en este momento concreto, a dar un poco de esperanza a esta humanidad que sufre por esta condición tan terrible de una pandemia que parece extenderse más y más. Que María Santísima, la Reina de los Apóstoles, nos ayude para que nos sepamos llamados y enviados. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
Así es padre Alfredo, gracias por tan enriquecedora reflexión, que Él Señor le siga permitiendo se luz y sal de la tierra. Gracias por decirle si al Señor
ResponderEliminar