Quédate conmigo, oh Jesús,
porque el día empieza a morir y la vida pasa;
se acercan la muerte, el juicio y la eternidad.
Es necesario que renueve mis fuerzas
para no detenerme en el camino,
y para eso te necesito a Ti.
Se hace tarde y se acerca la muerte,
y yo tengo miedo a la oscuridad.
Temo a las tentaciones, la sequedad, la cruz, los sufrimientos.
¡Oh, cuánto te necesito, Jesús mío, en esta noche de exilio!
Quédate conmigo esta noche, Jesús;
con todos los peligros de esta vida, te necesito.
Permíteme reconocerte
como lo hicieron tus discípulos al partir el pan,
para que la comunión sea luz que disperse las tinieblas,
la fuerza que me sostenga y el gozo de mi corazón.
Quédate conmigo, oh, Jesús,
para que a la hora de mi muerte desee permanecer unido a ti,
si no en la comunión, al menos en gracia y amor.
Quédate conmigo, oh, Jesús;
no te pido consuelo divino, pues no lo merezco,
pero la gracia de tu presencia, oh, esa sí te la pido.
Quédate conmigo, Jesús, porque solo a ti te busco.
Tu amor, tu gracia, tu corazón, tu espíritu,
porque te amo y no pido más recompensa
que la de amarte más y más.
Con un Amor firme te amaré con todo mi corazón mientras viva
y seguiré amándote por toda la eternidad.
* Publicada originalmente en la página de Aleteia.
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