Por eso en este último día del tiempo litúrgico de Navidad, la Iglesia nos propone este fragmento del Evangelio muy significativo. Los discípulos de Juan discuten acerca del bautismo y le hacen saber a su maestro que Jesús, a quien él ha bautizado, está también bautizando y convocando numerosos discípulos. La reacción de Juan es ejemplar: no se siente desplazado ni suplantado. El Bautista emplea la hermosa y antigua imagen del esposo que recibe a la novia. El esposo es Jesús. La gente que acude a Él es el nuevo Israel, la amada esposa anunciada por los profetas. Son los tiempos de las bodas del Mesías con su pueblo, y Juan se alegra al escuchar el eco de su voz, como el amigo del novio, que lo acompaña, lo asiste y es testigo de su alianza de amor. Como amigo del esposo se contenta con que el novio ocupe el lugar principal, crezca en respeto y consideración entre los suyos y realice plenamente su misión.
La actitud de Juan el Bautista es modélica para nosotros. Como él, nosotros también debemos hacer que Jesús sea recibido por todos, que crezca en el amor y en la fe que le deben los suyos, que ocupe el primer lugar en las vidas de todos aquellos a quienes se proclame el Evangelio, de quienes conformen las comunidades cristianas. Es una lección de humildad ante el Señor Jesús a quien no podemos suplantar con nuestros intereses personales de poder o de honor. La fe de Juan Bautista es ejemplar para todo discípulo–misionero; un modelo a seguir para todo aquel que quiera ser testigo fiel de Cristo en el mundo. Él aceptó sin reservas su papel de testigo que conduce a todos al Mesías, permaneciendo siempre fiel al plan salvífico de Dios, a pesar de la inclinación de sus propios discípulos a dejarse influir por sentimientos humanos egoístas. Juan aparece como ejemplo para todos los que seguimos a Jesús y lo anunciamos entre los seres humanos. Él no ha dudado ni un momento en disminuir, en ocultarse hasta desaparecer, con tal de que Jesús el Mesías, crezca, resplandezca con toda su luz y sea aceptado y creído por los otros. Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de abrir nuestro corazón a la presencia de Dios, que nos impulse a vivir con mayor rectitud en un continuo amor mutuo ahora que iniciaremos el Tiempo Ordinario; y la gracia de trabajar para preparar los corazones de todos los hombres a recibir al Redentor en sus propias vidas, no buscando brillar nosotros, sino haciendo que el Señor crezca, mientras nosotros vengamos a menos. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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