Jesús llama a aquellos primeros hombres para hacerles —cambiándoles de oficio y utilizando una metáfora que les puede resultar familiar— pescadores de hombres. Buen aprendizaje les quedaba a aquellos cuatro primeros para prepararse a la tarea que les esperaba y sobre la que no tenían nada claro. Lo que sí está claro en este primer momento es el arranque y generosidad de quienes lo dejan todo para seguir a Jesús. La Buena Nueva, ese reino de Dios que Jesús acaba de poner en marcha, es algo que necesita de personas concretas como Simón, Andrés, Juan y Santiago para ponerse en marcha. Necesita personas que se apunten, que se enrolen. No basta con hablar o escuchar, por eso nosotros, como discípulos–misioneros de Cristo no podemos ser como meros espectadores en el camino de la historia de la salvación. Somos también nosotros «pescadores de hombres» esforzados, decididos y valientes. Esto lo deja claro Jesús desde el principio y así debemos entenderlo.
Al contrario de lo que sucedía con los rabinos de su tiempo, que eran elegidos por sus discípulos, Jesús llama y elige él mismo. A los llamados corresponde tomar una decisión que será la raíz y fundamento de la dirección de toda su vida. El seguimiento de Jesús no se inicia con una conquista sino con un ser conquistado, con un fiarse incondicional que va más allá de todo cálculo e incluso de toda prudencia humana. No hemos elegido nosotros a Cristo, él nos amó primero (1 Jn 4,19) y nos llamó para seguirle como aquellos primeros cuatro. Desde el punto de vista de la fe, la gran profesión del hombre es esa de ser «pescador de hombres», porque es la profesión del Evangelio y de hacer ver que la vida humana no es otra cosa que hacer la voluntad de Dios. Por eso y para eso hay que dejarlo todo cuando sea preciso. Por la misma razón que Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron las redes y la barca, hemos de dejar lo que no se centra en Cristo para seguirlo a él y ganar a muchos para él. Pidámosle a María Santísima que nunca perdamos de vista nuestra condición de «pescadores de hombres». ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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