En pleno tiempo de Navidad, nos topamos en la liturgia del día de hoy, con el pasaje de la multiplicación de los panes (Mc 6,34-44) donde Jesús es ya todo un adulto y está en la vida pública obrando milagros y curaciones. Es que si Jesús opera el milagro de la multiplicación de los panes en beneficio de una multitud por la que siente compasión, lo hace también con el fin de formar a sus seguidores y nosotros, como sus discípulos–misioneros, nos hemos de formar para manifestarlo al mundo entero. Jesús, es este Evangelio, asocia a los preparativos del banquete a sus discípulos (vv. 35-39, 41b) y más tarde les forzará a reflexionar sobre el alcance de este milagro (Mc 8, 14-21). Los que quieran seguir a Jesús deberán aprender que él no obra milagros para satisfacer las necesidades materiales del pueblo, sino para revelar su misión entre los hombres y preparar a los apóstoles para la misión de llevarle a todos. Lo poquito que tenemos es el material que el Señor utiliza para obrar milagros aún ahora y por eso debemos preguntarnos en nuestra condición de discípulos–misioneros si nos interpela la gente que carece de la luz de la fe en Jesucristo y queremos llevarle la salvación.
La invitación de Jesús a sus discípulos a que den de comer al pueblo desconcierta a éstos por completo. Su bolsa contiene doscientos denarios, en caso de decidirse, para ir a comprar pan. Pero Jesús les pregunta por sus propias provisiones, a lo que responden decididos que les quedan cinco panes y dos peces. Naturalmente que con eso no pueden saciar al pueblo, como les encarga Jesús: «Denles ustedes de comer». Ante la necesidad, la mirada debe dirigirse a Jesús. Los discípulos están ante el pueblo prácticamente con las manos vacías, pero Jesús puede alimentar a la multitud. Así también están los maestros y pastores delante del pueblo con las manos vacías, sólo pueden entregar el pan que Jesús les ofrece, el pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía. Los discípulos se reconocen incapaces de remediar la necesidad. No pueden hacer nada si no interviene el Señor. Sólo pueden reconocer su apuro. Pero esto es necesario, pues sólo a los pobres y a los débiles se da el Reino de Dios. Dios quiere seguir alimentando a los demás por medio de nuestras escasas provisiones. El alimento que Dios da a través de la solidaridad de los discípulos no excluye a ninguno «—comieron todos— y cubre plenamente la necesidad y satisface toda aspiración humana —hasta saciarse—. La multitud ha aceptado el alimento y, con él, el mensaje de la solidaridad y la entrega, que encamina hacia la plenitud.
Es curioso que de entrada los discípulos plantean a Jesús la necesidad de despachar a la muchedumbre. Pero Jesús no acepta que sus discípulos se desentiendan del problema, y por eso les propone que ellos mismos den de comer a la gente. La alternativa de los discípulos es que para eso necesitarían mucho dinero. En cambio, lo que Jesús quiere enseñarles es que no todo problema debe ser resulto con dinero. Su pregunta no es económica: «¿cuánto tienen?», sino de solidaridad: «¿qué tienen?». Los discípulos sacan lo que tienen y, a partir de ello, se realiza lo que llamamos el milagro de la «multiplicación de los panes». Por eso, este milagro bien puede llamarse el milagro de la solidaridad: de dar lo que se tiene, de no dejarse vencer por la impotencia y el egoísmo. Dios acontece en este relato cuando se nos cuenta que los discípulos se comprometieron con el pueblo hambriento y aportaron de lo propio, para que Jesús hiciera el resto. El Padre Dios nos ha dado el mejor ejemplo, nos ha dado a su Hijo Jesús que nació para salvarnos y así quiere, que nosotros seamos solidarios dando de los que somos y tenemos. Con José y María sigamos viviendo estos días de Navidad agradeciendo que el Padre Dios nos ha dado a Cristo para saciarnos en él. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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