sábado, 30 de enero de 2021

«La tempestad calmada»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de san Marcos, que estamos leyendo en estos días, nos ha compartido una serie de parábolas de las que el mismo evangelista cuida de decirnos varias veces que «Jesús lo explicaba todo, en particular, a sus discípulos». (Mc 4,10; 4,34). Ahora, después de esta serie de parábolas, san Marcos abordará una serie de milagros. Los cuatro milagros citados en esta sección a la que entramos no fueron hechos en presencia de la muchedumbre, sino sólo ante los discípulos... para ellos, para su educación. Es algo así como con las parábolas, que, como digo, les explicaba más claramente a ellos. Hoy el relato nos presenta el milagro de la tempestad calmada por Jesús ante el temor de los discípulos de hundirse en medio del lago de Galilea y pone de manifiesto el poder de Jesús, incluso sobre la naturaleza cósmica, ante el asombro de todos. 

El relato que tenemos hoy (Mc 4,35-41), es un relato muy vivo: las aguas encrespadas, el susto pintado en el rostro de los discípulos, la serenidad en el rostro de Jesús que va dormido tranquilamente en medio de la borrasca. Él es el único tranquilo ante la situación. Lo que es señal de lo cansado que quedaba tras las densas jornadas de trabajo predicando y atendiendo a la gente. Ante la adversidad tan tremenda los discípulos, asustados, despiertan al Maestro y le dicen: «¿no te importa que nos hundamos?» Jesús aplaca la furia de la tempestad y les pregunta: «¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?» Y es que una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales que el simple miedo natural. El mar embravecido es sinónimo, en este pasaje, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme. Pero a ese Jesús, que parece dormir, sí que le importa la suerte de la barca, sí que le importa que cada uno de nosotros se hunda o no. 

Jesús lanza a los discípulos a la aventura de poder enfrentarse a la vida con fe, ya que la pérdida de fe es pérdida de rumbo en la buena marcha de los compromisos adquiridos con el maestro. Mientras transcurre el tiempo de nuestra vida, necesitamos tener fe, sobre todo en los momentos de mayor dificultad. Ya que en la medida en que nosotros dudemos seremos presa fácil en mano de nuestros opresores que tienen tanta fuerza como aquel mar que hacía tambalear la barca. Pero una fe solida tendrá la fuerza de destruir toda fuerza que genere división y muerte en medio del pueblo. Muchas veces nuestra pequeña barquita también es tambaleada por la fuerte tormenta del egoísmo, de la desilusión, de la falta de fe... pero el Señor no nos deja. No nos dejamos asustar por las dificultades, persecuciones, incomprensiones y demás problemas, ni siquiera por los estragos de una pandemia tan terrible como la que estamos viviendo ahora en la humanidad. Si creemos de verdad que Jesús está presente entre nosotros, como nos lo prometió, debemos mantenernos serenos y confiados frente a los vientos y las olas. Que María Santísima nos ayude a ser fuertes y a mantenernos firmes en la fe. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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