Estamos comenzando la primera semana del tiempo ordinario. Y la liturgia de la palabra, en su «lectura continuada», abre hoy para nosotros el evangelio sinóptico de san Marcos. San Marcos nos presenta, en una apretada síntesis (Mc 1, 14-20), la actividad de Jesús al comienzo de su ministerio. El evangelista dice que iba predicando por toda Galilea la «Buena Noticia», el «Evangelio»: el tiempo había llegado a su madurez, se había cumplido el plazo anhelado, el «reinado de Dios» estaba cerca, era inminente. Llamaba urgentemente a la conversión y a la fe en su predicación. También nos dice san Marcos que, ya desde el principio, Jesús llamó a algunos discípulos invitándolos a seguirle. Estos serán los testigos de su palabra y de sus milagros y terminará enviándolos a proclamar su mensaje, que ha llegado hasta nosotros, gracias a que ellos le fueron fieles. Como aquellos hombres, los primeros llamados, nosotros también debemos convertirnos en testigos suyos, uniéndonos a la misión que el Padre Dios le confió. Hay que echar las redes para pescar hombres para Dios; y si las redes están rotas hay que remendarlas para que queden preparadas para la pesca. Ante el seguimiento de Cristo no puede haber impedimentos de barcas o familia. Dios nos quiere con un amor hacia su Hijo muy por encima de todo. Quien siga esclavo de lo pasajero podría llegar a utilizar la fe para negociar con ella. Y el Señor nos quiere leales a nuestro compromiso con Él, libres de intenciones torcidas en la proclamación de su santo Nombre.
Hemos cerrado el ciclo de Navidad y más tarde vendrá la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza el 17 de febrero y luego el ciclo pascual. Estos ciclos nos remiten a momentos decisivos de la historia de Jesús y de la historia de la salvación. Pero el resto del tiempo, que es el Tiempo Ordinario, vamos siguiendo la vida pública de Jesús paso a paso y hoy se habla del inicio de su ministerio. Jesús comienza esta tarea llamando a dos parejas de hermanos, enseñándonos, desde el inicio, que el reino de Dios o comunidad cristiana será una comunidad de iguales. Y los invita a seguirlo, para entregarles su Espíritu, como Elías invitó a Eliseo en el libro primero de los Reyes (Re 19,20s). Ellos quedarán capacitados para ser «pescadores de hombres» para llamar a todos, sin distinción de personas, a formar parte de la comunidad cristiana, que —hoy como ayer— debe formar la familia de los hijos de Dios en torno a Cristo. Además de este inicio del ministerio de Cristo, el Evangelio de hoy nos invita a la conversión. «Conviértanse y crean en el Evangelio» (Mc 1,15).
Convertirse significa acoger agradecidos el don de la fe y hacerlo operativo por la caridad. Convertirse quiere decir reconocer a Cristo como único Señor y Rey de nuestros corazones. Convertirse implica descubrir a Cristo en todos los acontecimientos de la historia a sabiendas de que Él es el origen, el centro y el fin de toda la historia y que por Él todo ha sido redimido y en Él alcanza su plenitud. Convertirse supone vivir de esperanza, porque Él ha vencido el pecado, al maligno y la muerte, y la Eucaristía es la garantía. Convertirse comporta amar a Nuestro Señor por encima de todo aquí en la tierra, con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas. Convertirse presupone entregarle nuestro entendimiento y nuestra voluntad. Convertirse requiere, entonces, amar la voluntad de Dios en Cristo por encima de todo y gozar, agradecidos, de todo lo que acontece de parte de Dios, incluso contradicciones, humillaciones, enfermedades y todo lo que suceda en nuestro «tiempo ordinario». Convertirse pide, así, como los apóstoles Simón, Andrés, Santiago y Juan, dejar «inmediatamente las redes» e irse con Él (cf. Mt 1,18). Por eso seguiremos a Cristo en todo este «Tiempo Ordinario» y lo seguiremos de todo corazón bajo la mirada dulce de María que goza de que vayamos detrás de su Hijo Jesús que nos llama. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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