jueves, 7 de enero de 2021

«Instaurar el Reino de Cristo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Estamos en este tiempo de prolongación navideña, en que se suceden, en las lecturas evangélicas, las diversas manifestaciones o epifanías de Jesús al inicio de su ministerio, y el Evangelio de hoy (Lc 4,14-22) nos presenta una epifanía de Cristo en su manifestación en Nazaret, el pueblo de su infancia y juventud donde se revela muy diferente a como se lo imaginaban sus vecinos. Jesús, impulsado por el Espíritu, se volvió a Galilea. Su fama corrió por toda la región; enseñaba en las sinagogas, siendo celebrado por todos. Como buen judío, acudía cada sábado a la sinagoga. Ese día le encargaron que leyera la página del profeta. Lo hizo de pie; al terminar de leer, enrolló el códice y se lo devolvió al ayudante; y a continuación dijo la homilía, cosa que se permitía hacer a los laicos sólo si habían cumplido los treinta años y se trataba, no de la Ley, sino de los profetas. El pasaje de Isaías es central: el futuro Mesías, lleno del Espíritu de Dios, es enviado a cumplir su misión para con los pobres, a dar libertad a los oprimidos y anunciar el año de gracia del Señor. Pero lo que san Lucas quiere subrayar es el inicio de la homilía de Jesús: «hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír». Se presenta, por tanto, a los de su pueblo, como el Mesías esperado. Y en un principio consigue la admiración y el aplauso de sus oyentes.

Nos encontramos, así, frente a un texto del Evangelio que recoge la razón de ser del ministerio de Jesús, aunque parece complicado de comprender. Él expone frente a la asamblea sinagogal, en Nazareth, para qué lo envió su Padre, cuál era su verdadera misión: dar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos e inaugurar un «Año de Perdón de Deudas» —por eso se llama un «Año de gracia» que se proclama en nombre de Dios—. Llegar a hacer esto en la sociedad, presupone cambiar sus estructuras: de insolidarias, de elitistas, de excluidoras, de usureras... hay que hacerlas pasar a ser solidarias, igualitarias, fraternas. Por eso, este trabajo de la instauración del Reino toca realidades sociales, y es el trabajo más espiritual que se pueda pensar. Es una tarea que q todo discípulo–misionero de Cristo exige la conversión interior de personas y estructuras y por esto, luego de celebrar que Cristo ha nacido para nuestra salvación, viene este compromiso de construir el Reino. Los seguidores de Jesús no pondrán nunca olvidar su proclama del Reino. Es una propuesta revolucionaria que jamás podrá darse sin dificultades y sin persecución. Quien acepte ser discípulo del Reino, habrá de tener claro que la propuesta de Jesús toca lo social y no solamente lo personal, ya que el Reino de fraternidad que Jesús anuncia debe comenzar a palparse en esta vida. 

Jesús proclama que la profecía se acaba de cumplir en su persona —«Hoy ha quedado cumplido este pasaje ante ustedes que lo han escuchado» (Lc 4,21)— y centra su homilía en la inauguración del Año Santo por excelencia, «El año favorable del Señor». El mismo evangelista nos ha dicho, al comenzar este pasaje, que Jesús recorría toda Galilea, enseñando y mereciendo la alabanza de quienes lo escuchaban y seguían. No comienza Jesús enseñando en el templo de Jerusalén a las gentes piadosas que allí acudían diariamente, ni se dirige a los poderosos sacerdotes, ni a los sabios escribas, ni a los agentes del poder romano. Jesús anuncia su Evangelio, su buena noticia del amor de Dios, a las pobres gentes de Galilea. Jesús entra a enseñar a las pequeñas sinagogas de su tierra, como viene a enseñarnos ahora, en nuestras iglesias, aún en las más sencillas y austeras, en nuestras propias casas de ricos y pobres. Su Evangelio es para todos, incluidos los más apartados lugares de la tierra, allí donde haya hombres y mujeres que sufran y que esperen en Dios, hasta allí llega la palabra salvadora del Evangelio, de la buena noticia de Jesús. Sigamos viviendo nuestros días de Navidad en la compañía de María y José anhelando que Jesús sea conocido y amado por todos. ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!

Padre Alfredo.

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