domingo, 10 de enero de 2021

«El Bautismo del Señor»... Un pequeño pensamiento para hoy

El bautismo de Jesús (Mc 1,7-11), inaugura su vida pública y contiene en potencia todo el camino que deberá recorrer. Su obra será la del Servidor, la del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Con esta fiesta se cierra el tiempo de Navidad y se abre el ciclo Ordinario donde recorreremos diversas escenas de la vida pública de Jesús. Es en este acontecimiento cuando Jesús deja su primera juventud y con ello deja su casa para vivir la vida a campo abierto. El bautismo de Jesús marca la hora madura de comenzar a expresarse, de decir al mundo todo lo que el Padre ha decidido comunicar. Acabamos de celebrar la Navidad y entramos al Tiempo Ordinario. Lo que va a quedar en la tierra al paso de Jesús a quien hemos apenas contemplado recién nacido, no va a ser el recuerdo de grandes prodigios, de una luz como de relámpago, de cambios espectaculares en la sociedad de su tiempo. Quedará, más bien, el perfume discreto de alguien que puso un poco de esperanza en el sufrimiento de la gente, que hizo nacer una pequeña ilusión en quienes todo lo daban por perdido, que ayudó al pueblo a sonreír, a soñar, a compartir y esta tarea del Maestro empieza hoy con su bautismo.

Jesús ha venido a este mundo a salvar, pero no viene a imponer esa salvación; aunque podría. No quiere reinar sobre un pueblo que no le haya aceptado primero, libremente, en su corazón. No quiere escoger el fácil, tentador camino de obligar; prefiere el de ofrecer. Sabe que es un camino más lento, menos triunfalista. Pero sabe también que, a la larga, es el único camino auténtico. Por eso Cristo se abaja. Toma hondura situándose, codo con codo en la fila, junto a los que menos pueden. Entra en la hilera de los necesitados, del pueblo llano, de los que tienen que esperar su turno en todas las ventanillas del mundo, de los que nada pueden exigir. Entra en la línea de los pobres de Yahvé. Jesús, que no tiene pecado, entra en la fila de los que buscan el perdón de los suyos. Entra en la ringlera del pueblo que busca el arrepentimiento de los pecados y sin tener él pecado alguno, recibe ese bautismo. Como uno más. Como si fuera uno más. Y ahí precisamente le espera el Padre, para presentarlo con toda solemnidad ante la historia. «Tú eres mi Hijo amado, yo tengo en ti mis complacencias». Y Juan se declara indigno de desatar la correa de sus sandalias; al tiempo que proclama que el bautismo que trae ese hombre será muy diferente del suyo: porque llevará dentro una fuerza capaz de salvar. 

Este es el primer acto de la vida pública de Jesús, cuando deja su pueblo para empezar su misión. Y el primer acto es de humildad. Jesús empieza por hacerse discípulo de Juan Bautista. Recibe el bautismo de Juan Bautista, se coloca en la fila de los pecadores que esperan en la ribera del río... ¡como un «hombre cualquiera»! Juan tenía pleno convencimiento de la provisionalidad de su bautismo hecho sólo «con agua» y del carácter definitivo que tendría el bautismo inaugurado por Jesús, el cual sería un bautismo «con Espíritu Santo», aunque se realizaría también utilizando el rico simbolismo del agua. Este bautismo «con Espíritu Santo», es el que hemos recibido todos los cristianos, pero son muchos los que en la práctica parece como si el bautismo recibido se haya limitado al rito del agua, sin ninguna incidencia real en la vida. Es importante que nos demos cuenta hoy, fiesta del bautismo del Señor, que para ser cristiano en plenitud, para ser discípulo–misionero de Cristo, no basta haber sido bautizado sino vivirlo y vivir el sacramento como auténticos hijos de Dios. Para ser cristiano de veras, es necesario abrirse interiormente a la fuerza del Espíritu. Vivamos esta fiesta del Bautismo de Jesús como la fiesta del silencio de Dios al terminar la Navidad y penemos en nuestra fecha de bautizo. Vivamos la fiesta del misterio, de la humildad y de la esperanza. Una esperanza que viene de Arriba y que quiere complacerse también en cada uno de nosotros como se complació en María y en todos los santos: «Tú eres mi hijo muy amado, tú eres mi hija muy amada... en ti también quiero complacerme». ¡Bendecido domingo fiesta del Bautismo del Señor!

Padre Alfredo.

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