Para ser de la familia de Jesús, es necesario que cumplamos la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios consiste en que creamos en Aquel que Él nos envió. Y creer en Jesús no es sólo profesar con los labios que es nuestro Dios y nuestro Señor. Hay que creerle a Jesús, de tal forma que hagamos vida en nosotros su obra de salvación. Su Palabra ha de ser sembrada en nosotros como discípulos–misioneros para hacerla nuestra y para predicarla a los demás, y no puede caer en un terreno malo e infecundo, sino que, por la obra de santificación que realice el Espíritu Santo en nosotros, ha de producir abundantes frutos de buenas obras. Entonces nosotros, a imagen de Jesucristo, pasaremos haciendo el bien a todos. Nos debe quedar muy en claro, a la luz de este pasaje evangélico, que no basta escuchar la Palabra de Dios, sino hay que ponerla en práctica y darnos a los demás como Él se entregó.
Una incorrecta interpretación de este pasaje ha llevado a algunos a pensar que con estas palabras y esta actitud que nos presenta san Marcos, Jesús está menospreciando a su Madre, apoyando su actitud de indiferencia —cuando no de rechazo— hacia María Santísima. Nada más contrario en la intención de Jesús. Primeramente, en ningún momento se dice que Jesús no salió inmediatamente después a atender a su mamá. Sin embargo, como siempre, Jesús usa de un evento o situación particular para instruir a la comunidad. Jesús, con su actitud, destaca más bien, como vemos, el hecho de que María es el modelo perfecto de aquellos que hacen la voluntad de Dios, por lo que no solo es su madre en sentido físico, sino también lo es de manera espiritual y trascendente. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la apertura suficiente para dejarnos conducir por el Espíritu Santo, para que, haciendo en todo, la voluntad de Dios, unidos a Cristo, en Él nos convirtamos en los hijos amados del Padre. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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