El blog del padre Alfredo / Fr. Alfredo's blog
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domingo, 31 de enero de 2021
«Como quien tiene autoridad»... Un pequeño pensamiento para hoy
sábado, 30 de enero de 2021
«La tempestad calmada»... Un pequeño pensamiento para hoy
El relato que tenemos hoy (Mc 4,35-41), es un relato muy vivo: las aguas encrespadas, el susto pintado en el rostro de los discípulos, la serenidad en el rostro de Jesús que va dormido tranquilamente en medio de la borrasca. Él es el único tranquilo ante la situación. Lo que es señal de lo cansado que quedaba tras las densas jornadas de trabajo predicando y atendiendo a la gente. Ante la adversidad tan tremenda los discípulos, asustados, despiertan al Maestro y le dicen: «¿no te importa que nos hundamos?» Jesús aplaca la furia de la tempestad y les pregunta: «¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?» Y es que una tempestad es un buen símbolo de otras muchas crisis humanas, personales y sociales que el simple miedo natural. El mar embravecido es sinónimo, en este pasaje, del peligro y del lugar del maligno. También nosotros experimentamos en nuestra vida borrascas pequeñas o no tan pequeñas. Tanto en la vida personal como en la comunitaria y eclesial, a veces nos toca remar contra fuertes corrientes y todo da la impresión de que la barca se va a hundir. Mientras Dios parece que duerme. Pero a ese Jesús, que parece dormir, sí que le importa la suerte de la barca, sí que le importa que cada uno de nosotros se hunda o no.
Jesús lanza a los discípulos a la aventura de poder enfrentarse a la vida con fe, ya que la pérdida de fe es pérdida de rumbo en la buena marcha de los compromisos adquiridos con el maestro. Mientras transcurre el tiempo de nuestra vida, necesitamos tener fe, sobre todo en los momentos de mayor dificultad. Ya que en la medida en que nosotros dudemos seremos presa fácil en mano de nuestros opresores que tienen tanta fuerza como aquel mar que hacía tambalear la barca. Pero una fe solida tendrá la fuerza de destruir toda fuerza que genere división y muerte en medio del pueblo. Muchas veces nuestra pequeña barquita también es tambaleada por la fuerte tormenta del egoísmo, de la desilusión, de la falta de fe... pero el Señor no nos deja. No nos dejamos asustar por las dificultades, persecuciones, incomprensiones y demás problemas, ni siquiera por los estragos de una pandemia tan terrible como la que estamos viviendo ahora en la humanidad. Si creemos de verdad que Jesús está presente entre nosotros, como nos lo prometió, debemos mantenernos serenos y confiados frente a los vientos y las olas. Que María Santísima nos ayude a ser fuertes y a mantenernos firmes en la fe. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
viernes, 29 de enero de 2021
«La semilla del Reino de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy
Cuando en nuestra vida hay una fuerza interior —el amor, la esperanza, la ilusión, el interés—, la eficacia del trabajo crece notablemente. Y cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el Reino germina y crece poderosamente. Nosotros lo que debemos hacer es colaborar con nuestra libertad, sin olvidarnos de que el protagonista es Dios. El Reino crece desde dentro, por la energía del Espíritu. No es que seamos invitados a no hacer nada, pero sí a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí nada pueden hacer» (Jn 15,5). Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal, sino la confianza en Dios. Decía la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento: «La gratitud y la confianza han tomado asiento en mi corazón». (Ejercicios Espirituales de 1933). Confiamos porque el Reino de Dios ya está aquí, en proceso de construcción en medio de nosotros, ya crece como la semilla oculta en la tierra, como la casi microscópica semilla de mostaza. El Reino de Dios va creciendo en secreto en nuestro mundo, alimentado por el mismo Dios, que lo pone en el corazón de los creyentes que confían, como una semillita que, poco a poco, da abundantes cosechas de solidaridad y de servicio y que echa ramas en las que pueden cobijarse todos en este mundo.
En esta confianza que se debe tener, hay dos aspectos: el individual y el social. En la primera parábola de hoy, Jesús propone el aspecto individual: el hombre se realiza mediante un proceso interno de asimilación del mensaje, que culmina en la disposición a la entrega total. La siembra se hace en la tierra, indicando la universalidad (cf. Mc 2,10), y el que siembra debe respetar ese proceso interior sin que él sepa cómo. La cosecha significa el momento en que el individuo se integra plenamente en la comunidad, tanto en su fase terrestre como en su fase final (cf. Mc 13,27). En los versículos 30 al 32 viene la enseñanza social: A partir de mínimos comienzos ha de extenderse el Reino de Dios por todo el mundo, pero sin el esplendor ni magnificencia que son los emblemas del poder dominador. No hay continuidad con el pasado, la semilla es nueva. Tampoco se planta en un monte alto, sino en la tierra, indicando universalidad; el resultado será una realidad de apariencia modesta, pero que ofrecerá acogida a todo hombre que busca libertad. El Reino, por tanto, excluye la ambición de triunfo personal y de esplendor social. Que María interceda por nosotros para seamos capaces de construir el Reino en nuestro corazón y en la sociedad en la que vivimos. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
jueves, 28 de enero de 2021
«Adoro Te Devote»... Un hermoso canto de Santo Tomás de Aquino.
«Ser luz»... Un pequeño pensamiento para hoy
Desde el momento de nuestro bautismo, somos unos iluminados: nacimos de la luz que es Cristo y recibimos la misión de irradiar esa luminosidad a nuestro alrededor. Si no arde o no ilumina nuestra luz, no alcanzamos a realizarnos como lo que debemos ser. La contradicción es patente. Por eso, la parábola de la vela colocada debajo de la cama, oculta debajo de una olla, o substraída, en fin, a su función esencial de iluminar, expresa perfectamente la contradicción de los cristianos que no saben dar la cara, los que no permiten que su vida y sus obras ordinarias queden transidas de la luminosidad que emerge de la fe. Necesitamos ser luz e iluminar. Necesitamos que la Palabra de Dios nos avive el sentido de las dimensiones de la realidad. Necesitamos tener la visión exacta de las cosas, de los momentos, de los espacios en donde nos desarrollamos Hoy nos toca ser luz en una época muy difícil en medio de una pandemia y aquí es donde tenemos que ser luz, luz que dé confianza en Cristo el señor que viene a iluminar el sendero en medio de estas tinieblas que vive la humanidad. Dios nos quiere como luz; como luz brillante, como luz fuerte que no se apague ante las amenazas, ni ante los vientos contrarios, ni ante la entrega de la propia vida por creer en Cristo y, desde Él, por amar al prójimo.
A la luz del Evangelio, vemos que Dios nos llama para que colaboremos en la disipación de todo aquello que ha oscurecido el camino de los hombres; que vivamos fieles a la vocación que de Dios hemos recibido. Si lo damos todo con tal de hacer llegar la vida, el amor, la paz y la misericordia de Dios a los demás, esa misma medida la utilizará Dios cuando, al final de nuestra existencia en este mundo, nos llame para que estemos con Él eternamente. Creer en Cristo, desde esta perspectiva, es aceptar en nosotros su luz y a la vez ser luz para comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a toda la humanidad que anda a oscuras. Por eso cabría preguntarnos si somos nosotros luz que ilumina a los demás con nuestro testimonio en saber escuchar a los demás, en perdonarles cuando nos han ofendido, en prestarles nuestra ayuda cuando lo necesiten, etc. O por el contrario somos malos conductores de la luz de Cristo. Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como un signo vivo, creíble y valiente del Reino de Dios entre nosotros. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
miércoles, 27 de enero de 2021
«La parábola del sembrador»... Un pequeño pensamiento para hoy
Esta del sembrador, de la que habla el Evangelio de hoy (Mc 4,1-20), es ciertamente una de las más conocidas de todas las que pronunció Jesús. La parábola del sembrador pretende afirmar que el Reino está ya presente —aunque a nivel de semilla y aunque aparentemente aplastado—: el Reino está aquí, en medio de las oposiciones, en medio de los fracasos —y no simplemente que los fracasos se transformarán en éxitos—. De todas formas, sigue siendo verdad que los fracasos cambiarán de signo. Por eso la parábola —además de ser una afirmación de la presencia del Reino— se convierte en un estímulo para quienes lo anuncian. Esta parábola llama la atención sobre el trabajo del sembrador —un trabajo abundante, sin medida, sin miedo a desperdiciar—, que parece de momento inútil, infructuoso, baldío; sin embargo —dice Jesús—, lo cierto es que alguna parte dará fruto, y un fruto abundante. Porque el fracaso es sólo aparente: en el Reino de Dios no hay trabajo inútil, no se desperdicia nada. De todas formas —y entonces la parábola se convierte en advertencia—, haya o no haya éxito, haya o no haya desperdicio, el trabajo de la siembra no debe ser calculado, medido, precavido; sobre todo no hay que escoger terrenos ni echar la semilla en algunos sí y en otros no.
En este relato el sembrador echa el grano sin distinciones y sin regateos; así es como actúa Cristo en su amor a los hombres y así es como ha de actuar la Iglesia en el mundo. ¿Cómo saber —a la hora de sembrar— qué terrenos darán fruto y qué terrenos se negarán? Nadie tiene que adelantarse al juicio de Dios. Así pues, la parábola llama la atención sobre la presencia del Reino en el seno de las contradicciones de la historia, presencia que es imposible discernir con los criterios del éxito o del fracaso, en los que se apoya el cálculo de los hombres. Es éste el primer aspecto que hay que comprender. Jesús nos asegura que la semilla dará fruto. Que a pesar de que este mundo nos parece terreno estéril —la pandemia que ha hecho que no se puedan tener las celebraciones litúrgicas presenciales, la juventud de hoy tan despistada en las cosas de Dios, la sociedad distraída y materializada gastando hasta en las modas de mascarillas de marca, la falta de vocaciones, los defectos que descubrimos en la Iglesia—, Dios ha dado fuerza a su Palabra y germinará, contra toda apariencia. No tenemos que perder la esperanza y la confianza en Dios. Es él quien, en definitiva, hace fructificar el Reino. No nosotros. Nosotros somos invitados a colaborar con él. Pero el que da el incremento y el que salva es Dios. Pidamos a María que ella no ayude a no desanimarnos y a seguir sembrando. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
martes, 26 de enero de 2021
«La familia de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy
Para ser de la familia de Jesús, es necesario que cumplamos la voluntad de Dios. Y la voluntad de Dios consiste en que creamos en Aquel que Él nos envió. Y creer en Jesús no es sólo profesar con los labios que es nuestro Dios y nuestro Señor. Hay que creerle a Jesús, de tal forma que hagamos vida en nosotros su obra de salvación. Su Palabra ha de ser sembrada en nosotros como discípulos–misioneros para hacerla nuestra y para predicarla a los demás, y no puede caer en un terreno malo e infecundo, sino que, por la obra de santificación que realice el Espíritu Santo en nosotros, ha de producir abundantes frutos de buenas obras. Entonces nosotros, a imagen de Jesucristo, pasaremos haciendo el bien a todos. Nos debe quedar muy en claro, a la luz de este pasaje evangélico, que no basta escuchar la Palabra de Dios, sino hay que ponerla en práctica y darnos a los demás como Él se entregó.
Una incorrecta interpretación de este pasaje ha llevado a algunos a pensar que con estas palabras y esta actitud que nos presenta san Marcos, Jesús está menospreciando a su Madre, apoyando su actitud de indiferencia —cuando no de rechazo— hacia María Santísima. Nada más contrario en la intención de Jesús. Primeramente, en ningún momento se dice que Jesús no salió inmediatamente después a atender a su mamá. Sin embargo, como siempre, Jesús usa de un evento o situación particular para instruir a la comunidad. Jesús, con su actitud, destaca más bien, como vemos, el hecho de que María es el modelo perfecto de aquellos que hacen la voluntad de Dios, por lo que no solo es su madre en sentido físico, sino también lo es de manera espiritual y trascendente. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de vivir con la apertura suficiente para dejarnos conducir por el Espíritu Santo, para que, haciendo en todo, la voluntad de Dios, unidos a Cristo, en Él nos convirtamos en los hijos amados del Padre. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
lunes, 25 de enero de 2021
«La conversión de san Pablo»... Un pequeño pensamiento para hoy
domingo, 24 de enero de 2021
Oración del Padre Pío para expulsar el miedo, incluso a la muerte*...
Quédate conmigo, oh Jesús,
porque el día empieza a morir y la vida pasa;
se acercan la muerte, el juicio y la eternidad.
Es necesario que renueve mis fuerzas
para no detenerme en el camino,
y para eso te necesito a Ti.
Se hace tarde y se acerca la muerte,
y yo tengo miedo a la oscuridad.
Temo a las tentaciones, la sequedad, la cruz, los sufrimientos.
¡Oh, cuánto te necesito, Jesús mío, en esta noche de exilio!
Quédate conmigo esta noche, Jesús;
con todos los peligros de esta vida, te necesito.
Permíteme reconocerte
como lo hicieron tus discípulos al partir el pan,
para que la comunión sea luz que disperse las tinieblas,
la fuerza que me sostenga y el gozo de mi corazón.
Quédate conmigo, oh, Jesús,
para que a la hora de mi muerte desee permanecer unido a ti,
si no en la comunión, al menos en gracia y amor.
Quédate conmigo, oh, Jesús;
no te pido consuelo divino, pues no lo merezco,
pero la gracia de tu presencia, oh, esa sí te la pido.
Quédate conmigo, Jesús, porque solo a ti te busco.
Tu amor, tu gracia, tu corazón, tu espíritu,
porque te amo y no pido más recompensa
que la de amarte más y más.
Con un Amor firme te amaré con todo mi corazón mientras viva
y seguiré amándote por toda la eternidad.
* Publicada originalmente en la página de Aleteia.
«Pescadores de hombres»... Un pequeño pensamiento para hoy
Jesús llama a aquellos primeros hombres para hacerles —cambiándoles de oficio y utilizando una metáfora que les puede resultar familiar— pescadores de hombres. Buen aprendizaje les quedaba a aquellos cuatro primeros para prepararse a la tarea que les esperaba y sobre la que no tenían nada claro. Lo que sí está claro en este primer momento es el arranque y generosidad de quienes lo dejan todo para seguir a Jesús. La Buena Nueva, ese reino de Dios que Jesús acaba de poner en marcha, es algo que necesita de personas concretas como Simón, Andrés, Juan y Santiago para ponerse en marcha. Necesita personas que se apunten, que se enrolen. No basta con hablar o escuchar, por eso nosotros, como discípulos–misioneros de Cristo no podemos ser como meros espectadores en el camino de la historia de la salvación. Somos también nosotros «pescadores de hombres» esforzados, decididos y valientes. Esto lo deja claro Jesús desde el principio y así debemos entenderlo.
Al contrario de lo que sucedía con los rabinos de su tiempo, que eran elegidos por sus discípulos, Jesús llama y elige él mismo. A los llamados corresponde tomar una decisión que será la raíz y fundamento de la dirección de toda su vida. El seguimiento de Jesús no se inicia con una conquista sino con un ser conquistado, con un fiarse incondicional que va más allá de todo cálculo e incluso de toda prudencia humana. No hemos elegido nosotros a Cristo, él nos amó primero (1 Jn 4,19) y nos llamó para seguirle como aquellos primeros cuatro. Desde el punto de vista de la fe, la gran profesión del hombre es esa de ser «pescador de hombres», porque es la profesión del Evangelio y de hacer ver que la vida humana no es otra cosa que hacer la voluntad de Dios. Por eso y para eso hay que dejarlo todo cuando sea preciso. Por la misma razón que Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron las redes y la barca, hemos de dejar lo que no se centra en Cristo para seguirlo a él y ganar a muchos para él. Pidámosle a María Santísima que nunca perdamos de vista nuestra condición de «pescadores de hombres». ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
sábado, 23 de enero de 2021
«La locura de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy
El texto del Evangelio de hoy, que como digo, es muy breve, puede bien dividirse en dos partes, y es interesante por cierto lo que resulta. En la primera parte Jesús está en casa con los discípulos y muchísima gente lo busca. En la segunda parte sus parientes —literalmente: «los de él»— aseguran que está trastornado. Es interesante unir esas dos partes: si alguien convoca a tantos enfermos y aquejados de males es porque se entrega demasiado. Y entregarse demasiado... es una locura. Jesús cumple su Misión con una fidelidad amorosa a la voluntad de su Padre Dios. Él no busca el poder temporal ni el aplauso, pues su Reino no es de este mundo. Su entrega no es primero un sí y luego un no. Su compromiso es total y de un modo consciente, Él sabe que camina hacia la entrega de su propia vida por nosotros. A esos extremos lleva el amor verdadero. Pero la gente pensaba que se había vuelto loco. Para fortuna nuestra Jesús no se curó de esa locura, que lo llevó al extremo de tanto amor, que es la Cruz.
Para el mundo resulta difícil entender a Jesucristo y su camino. Hoy vemos cómo los propios de su parentela se atreven a decir de Él que «está fuera de sí» (Mc 3,21). Una vez más, se cumple el antiguo proverbio de que «un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio» (Mt 13,57). Ni que decir tiene que esta lamentación no «salpica» a María Santísima, porque desde el primero hasta el último momento —desde la encarnación hasta cuando ella se encontraba al pie de la Cruz— se mantuvo sólidamente firme en la fe y confianza hacia su Hijo. Ojalá y no nos dejemos dominar por intenciones torcidas, que nos lleven a buscar dignidades o aplausos humanos. Dios espera de nosotros una vida de fe totalmente comprometida con el Evangelio en las locuras de Jesús. Seamos esa Iglesia del Señor que vive no para servirse del Evangelio, sino para estar al servicio del Evangelio hasta sus últimas consecuencias imitando al Señor. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
viernes, 22 de enero de 2021
«La elección de los Apóstoles»... Un pequeño pensamiento para hoy
jueves, 21 de enero de 2021
«Jesús no tuvo tiempo de teorizar»... Un pequeño pensamiento para hoy
Quiero insistir en esta reflexión, en esto que digo de que Jesús no es solamente alguien que habla y habla. La narración nos dice que la gente acudía a Jesús «al oír lo que hacía». No dice san Marcos que acudía a él la gente al oír lo que decía, sino lo que hacía. Lo que hacía Jesús se hacía oír. Su práctica hacía ruido. Seguramente que hablaba también y lo que decía corría de boca en boca, porque su palabra no era abstracta o inoperante, sino concreta, referida a la práctica y desencadenadora de praxis pasando del decir al hacer. Su decir, seguramente, también era una forma de hacer: su «práctica teórica». Decir y hacer, simultáneamente, como formas de práctica. Hay momentos en los que la única forma de decir es ciertamente el hacer. Jesús no tuvo tiempo de teorizar, fue siempre orientado a la práctica, a la construcción del Reino de Dios, ya fuera con su palabra, con su testimonio personal o con sus acciones concretas de liberación.
El Evangelio de hoy nos dice también que muchos que padecían algún mal «se le echaban encima» a Jesús. ¿Qué buscaban estas gentes? Ciertamente que ser sanadas, liberadas de los demonios que les atormentan. La gente llegaba incluso a arrojarse sobre Jesús para tocarlo, hasta que él —dice el Evangelio—, tuvo que subirse a una barca. Hoy Jesús sigue sanando milagrosamente de nuestras enfermedades, sobre todo de la enfermedad del egoísmo, él hace que nos ayudemos los unos a los otros, que ayudemos especialmente a los enfermos de nuestra comunidad, que carguemos con sus dolores y problemas como él cargó con los de sus contemporáneos que lo buscaban. ¿O no es así? ¿No nos importan los que sufren a nuestro alrededor en esta situación tan adversa de la pandemia que estamos viviendo? ¿No queremos que exista un orden social justo, en el cual sean atendidas las necesidades de todos, especialmente de los más débiles, de los descartados? ¿No debemos trabajar y luchar para que sea así? El ejemplo de Jesús nos urge a asumir estas responsabilidades y a no bajar la guardia acomodándonos porque nosotros, quizá estamos bien. Que la Virgen María que se encaminó presurosa a servir, interceda por nosotros para que seamos como Jesús. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
miércoles, 20 de enero de 2021
«Los daños del legalismo exagerado»...
martes, 19 de enero de 2021
«Las espigas y el sábado»... Un pequeño pensamiento para hoy
lunes, 18 de enero de 2021
«El ayuno y el vino nuevo»... Un pequeño pensamiento para hoy
El cristianismo es fiesta y comunión, en principio. Así como en el Antiguo Testamento se presentaba con frecuencia a Yahvé como «el Novio o el Esposo de Israel», ahora en el Nuevo Testamento es Cristo quien se compara a si mismo con el Novio que ama a su Esposa, la Iglesia. Y eso provoca alegría, no tristeza. Por eso el ayuno no es un «absoluto» en nuestra fe. Lo primario es la fiesta, la alegría, la gracia y la comunión. Lo prioritario es la Pascua, aunque también tengan sentido el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como preparación e inauguración de la Pascua. También el amor supone muchas veces renuncia y ayuno. Pero este ayuno no debe disminuir el tono festivo, de alegría, de celebración nupcial de los cristianos con Cristo, el Novio. Los seguidores de Jesús, por la adhesión a él, han borrado su pasado pecador y obtenido el Espíritu, el favor de Dios (Mc 2,5.10). Por eso afirma aquí Jesús que no tienen motivo para el ayuno y la tristeza, sino que viven en ambiente de alegría —comparación con la boda—. Niega así valor religioso a la ascética tradicional y, en particular, al ayuno, que se entendía solamente como expresión ocasional de tristeza y luto y no como nosotros lo entendemos ahora que es el usar moderación en todo, es decir, ser sobrios, no dejándonos deslumbrar u ofuscar por la realidad del entorno.
Por su parte, el vino nuevo del que nos habla la perícopa de hoy, es el Evangelio de Jesús. Los odres viejos, las instituciones judías y sobre todo la mentalidad de algunos. La tradición —lo que se ha hecho siempre— es más cómoda. Pero los tiempos mesiánicos exigen la incomodidad del cambio y la novedad. Los odres nuevos son la mentalidad nueva, el corazón nuevo que todo discípulo–misionero de Cristo habrá de adquirir. De esta manera, la parábola del remiendo y el vino nuevo pone de manifiesto la novedad del Reino, la capacidad de riesgo y creatividad que el Reino exige para vivir el Evangelio. Con su testimonio Jesús demuestra que la vieja estructura debe ser cambiada de raíz, que el Reino no es una reforma de la ley, que no vino a poner algo nuevo sobre lo viejo. Lo más cierto es que todo debe ser nuevo entre nosotros sus seguidores. Pidamos al Señor por mediación de María su Madre, que sepamos ver siempre el Evangelio con ojos nuevos y no nos cansemos de ser portadores de la Buena Nueva con alegría. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
domingo, 17 de enero de 2021
10 razones que explican el poder del Rosario*...
“Los santos lo dicen. Los papas lo dicen. El Rosario es un arma poderosa contra el mal. ¿Pero te has detenido a descubrir por qué?”, escribió el presbítero en la introducción de su artículo publicado en 2020.
Aquí las 10 razones que explican el poder del Rosario:
1. Porque el Rosario involucra la voluntad
“La voluntad humana es poderosa porque es compartir el poder de Dios. Nos da la voluntad de elegir hacer el bien o hacer el mal, y esa voluntad, en sí misma, es un arma poderosa en el ámbito espiritual. Es por eso que Satanás busca esclavizarnos e incapacitar nuestra voluntad mediante adicciones. Cuando nuestra voluntad se une con la voluntad de Dios a través de la oración, literalmente aprovechamos la fuente de poder de Dios”.
2. Porque el Rosario es físico
Cuando “usamos los aspectos físicos de la oración”, como adoptar una postura intencional o sacramentales como “velas bendecidas, agua bendita, inciensos y cuadros o estatuas sagradas”, entonces “estamos usando herramientas que tenemos y que Satanás no tiene”, lo que significa una ventaja. “Los ángeles, y esto incluye a los demonios, son criaturas puramente espirituales. No tienen forma física y, por lo tanto, son inferiores a nosotros”.
3. Porque el Rosario involucra nuestras funciones lingüísticas
“Satanás no tiene los medios del habla física”, en cambio el hombre fue provisto por Dios de “lenguas para alabarlo” y “cuerdas vocales y aliento para hablar y cantar”. “Por eso debemos rezar el Rosario en voz alta, moviendo nuestros labios. Esto compromete nuestros cuerpos físicos y nuestro intelecto a través del cual podemos producir el habla”.
4. Porque el Rosario implica nuestra imaginación
Cuando meditamos en los misterios del Rosario, involucramos la parte no verbal de nuestra mente, que se comunica a través de imágenes, “de una manera positiva y purificadora”. “A Satanás le gusta cautivar nuestra imaginación a través de imágenes pecaminosas. Estas imágenes se pueden comunicar a través de Internet, televisión o cualquier estímulo visual, pero también quiere que nuestra imaginación se quede en imágenes que son destructivas. Por lo tanto, nuestra imaginación puede usarse para fantasías lujuriosas, imaginaciones violentas contra nuestros enemigos o disfrutar de recuerdos negativos”. Meditar en los misterios del Rosario “limpia nuestra imaginación y compromete y usa la imaginación para promover la voluntad de Dios en lugar del mal”.
5. Porque recitar el Rosario a través del lenguaje lleva a la meditación
“Nuestras mentes generalmente funcionan en un modo lingüístico: usando el habla y los conceptos del habla para pensar en los problemas, pensar en el futuro, planificar lo que viene después, etc.”. Entonces, cuando se reza el rosario la imaginación puede “limpiarse” con “la meditación”. “Al rezar el Rosario, este canal de nuestra mente está ocupado y las puertas se pueden abrir a la imaginación y lo que podemos llamar las partes ‘sublingüísticas’ de nuestro ser”.
6. Porque con el Rosario se accede a experiencias de días pasados para sanar
“Las verdaderas emociones son irracionales e inexplicables”, y por tanto, es en “el área emocional del alma donde tenemos nuestras experiencias fundamentales”. “En el útero materno y en las etapas prelingüísticas de la vida, experimentamos la vida de una manera irracional y emocional. Mientras rezamos el Rosario y el canal lingüístico está ocupado y el canal imaginativo está ocupado, el Espíritu Santo puede acceder a las experiencias sublingüísticas, profundas y crudas de nuestros primeros días. Si hay heridas y malos recuerdos emocionales, la Madre María puede sanarlos”.
7. Porque con el Rosario se aplican los “misterios curativos”
“Al rezar el Rosario, los misterios sobre nacimiento, el ministerio, la pasión y la gloria de Cristo se abren y el Espíritu Santo los aplica a nuestras propias necesidades internas. Donde hay impurezas, se purgan. Donde hay malos recuerdos, se curan. Donde hay heridas, el doctor Jesús y la enfermera María atienden nuestras necesidades”.
8. Porque el Rosario es el arma idónea para la batalla espiritual
“Satanás odia el Rosario. Odia a María. Odia el Evangelio. Odia a Dios. Odia a Cristo el Señor. Odia la oración del Señor. Odia el Ave María. Te odia cada vez que rezas el Rosario porque estás entrando en el territorio que él quiere reclamar como suyo. Él quiere controlar tu voluntad y tú le quitas eso. Él quiere controlar tus palabras, pero tú le quitas eso. Él quiere tener control sobre tu imaginación, pero tú le quitas eso. Él quiere tener control sobre tus emociones y tus primeros años de vida; tú se lo quitas”.
9. Porque se aplica a la vida real las mismas victorias sobre el mal relatadas en los Evangelios
“En muchos sentidos, los misterios del Evangelio dan vida a la victoria de Cristo sobre Satanás, y al rezar el Rosario podemos aplicar esas victorias contra la obra de Satanás en el mundo”.
10. Porque el Rosario es accesible y fácil para todos
Es “increíblemente sorprendente” que Dios, a través del Rosario, genera una “curación muy profunda en vidas individuales y en el mundo de la manera más accesible y fácil”. “No es necesario realizar largas sesiones de psicoanálisis o asesoramiento. En cambio, los hombres, mujeres y niños y niñas comunes pueden simplemente rezar el Rosario. Todas estas cosas buenas suceden incluso cuando no son conscientes de que están teniendo lugar estos aspectos profundos de rezar”.
* Artículo tomado de ACI prensa traducido y adaptado inicialmente por Diego López Marina y ahora por un servidor. Publicado originalmente en CNA.
«Este es el Cordero de Dios»... Un pequeño pensamiento para hoy
En la presentación que Juan el Bautista hace de Cristo como el Cordero, queda compendiada toda la misión de Juan y la de todo discípulo–misionero de Cristo: ser simplemente «indicador de Jesús». Son sorprendentes el desprendimiento y la sencillez con que Juan, en medio de su fama, nos presenta a Jesús y le da el relevo. Así nos enseña que la tarea evangelizadora no se trata de ganar a las personas para nosotros, sino de ganarlas para Jesús, que significa ayudarles a ser más ellas mismas. Ante esto nos podemos preguntar: ¿qué significa, en la vida concreta o real del hombre y de la mujer de hoy, encontrarse con Jesús, como se encontró Juan el Bautista? ¿De qué modo, por tanto, podemos aún hoy día encontrarnos con Jesús y escuchar su voz? Pero volviendo al relato evangélico, vemos que después de que Juan señala a Cristo para que le sigan, el mismo Cristo hace una pregunta a dos de los discípulos, Juan y Andrés: «¿Qué buscan?». Es, por así decir, la primera palabra de Cristo en sus vidas, el primer sonido de esa voz que les va a revelar cosas extraordinarias y a llevarlos muy lejos. Jesús ve perfectamente que ellos están buscando. Hasta entonces, seguían a Juan Bautista; sin vacilar y ahora lo dejan para seguir a aquel desconocido. Será su oportunidad más fantástica, y Juan indica con esmero la hora: las cuatro de la tarde. Jesús simpatizó pronto con ellos; le gustan los hombres capaces de dejarlo todo por él. Y aquella su primera pregunta que empieza a penetrar en ellos nos la puede hacer el Señor a cada uno de nosotros: «¿Qué buscan? ¿Qué esperan de mí?»
Aquellos dos discípulos le preguntaron a Jesús que dónde vivía. Y el les respondió con una invitación: «Vengan a ver». Esa es también la misma invitación que el Señor nos hace, una invitación a compartir la vida con él. Jesús quiere conducir a sus seguidores a la felicidad de su Reino. El es la puerta y el camino y el alimento, el pan bajado del cielo, pero para conocerlo y aceptarlo hay que estar con él: «Vengan a ver». En este evangelio de Juan encontramos el inicio del camino de fe de aquellos primeros seguidores de Cristo a quien Juan les ha presentado. La fe comienza por la contemplación de su gloria, la del Padre que Jesús refleja y que invita a estar con él. Pero siempre están en la base de la fe, según este evangelio, los signos. En Caná fue el vino nuevo, el mejor. Para el apóstol Tomás, fueron las llagas gloriosas, abiertas como una clivia en flor, disponibles en su mano tímida y avergonzada. Para estos dos es el ver el lugar en donde vive Jesús. En todo caso, entonces y ahora, la fe comienza en la experiencia, en la vida de cada día. El Evangelio dice: «Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde»... un lugar, un tiempo, un espacio. Que Dios nos conceda reconocerle como el Cordero de Dios y que por intercesión de María Santísima nos animemos siempre a convivir con él cada día. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
sábado, 16 de enero de 2021
«La vocación de Mateo»... Un pequeño pensamiento para hoy
A Mateo, según nos narra el episodio evangélico de hoy (Mc 2,13-17), le bastó escuchar un «Sígueme», el sígueme que le marca Jesús y que le cambia su vida por completo. Mateo es un «pecador» según todas las convenciones de la época. Pero Jesús le llama y él le sigue inmediata e incondicionalmente. Jesús no pasa de largo frente a nadie, considerado Leví —Mateo— impuro según la ley judía; a pesar de esto, es importante para Jesús. Como no se siente ignorado, Leví acude presto a la invitación. Luego se muestra a Jesús en una comida, rodeado de simpatizantes con su proyecto, entre quienes había «muchos publicanos y pecadores». Los enemigos de Jesús no le pierden pisada a ninguna de sus actitudes, descalificando a todas las que no estén de acuerdo con la tradición y la ley. Pero Jesús es firme en las respuestas a sus detractores: los silencia sabiamente cuando sentencia sobre el por qué de su predilección por los pecadores para la iniciación de su misión. «Todos somos pecadores» nos recuerda constantemente el Papa Francisco.
La llamada de Jesús es universal y no conoce fronteras. Hasta ahora Jesús, según el Evangelio de estos días, ha invitado a seguirlo a hombres integrados en el pueblo de Israel. Ahora, llevando a la práctica el mensaje universalista que ha expuesto, invita a este personaje, Leví, que, aunque de origen judío, es considerado, a causa de su profesión —recaudador de impuestos—, un descreído sin Ley, prácticamente un pagano, y que, por ello, está excluido de Israel. Jesús lo llama como a los cuatro primeros (Mc 1,16-21a). Así l que estaban religiosa y socialmente marginados y excluidos de la alianza entran en el Reino de Dios lo mismo que los que proceden del judaísmo. Muestra así Jesús el amor de Dios a todos los hombres: todo individuo, de cualquier religión, creencia o catadura moral, que esté dispuesto a cambiar de vida, es apto para el Reino y puede responder a la llamada. La ruptura de Mateo con su pasado de injusticia está expresada por la oposición entre «estaba sentado y se levantó». es decir, él abandona su estilo de vida para seguir a Jesús, que eso es lo que se ha de hacer para poder responder. No mirar atrás y lanzarse a responder a la llamada. Que María Santísima, con su «sí» nos ayude a nosotros también a responder al llamado. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
viernes, 15 de enero de 2021
«El paralítico de Cafarnaúm»... Un pequeño pensamiento para hoy
Jesús adivina sus pensamientos y les sale al paso de inmediato: «Para que vean que el Hijo del hombre tiene poder de perdonar pecados», sana al paralítico. Y así el perdón de los pecados queda manifestado en la salud corporal recuperada, en la autonomía personal ya no necesitada de la asistencia de los demás, en la liberación de las ataduras de los miembros impedidos de movimiento, en la posibilidad de seguir a Jesús, de valerse por sí mismo, de servir a los demás, de ayudar ahora él mismo a llevar las camillas de los demás. El perdón de Dios, concedido por Cristo sin condiciones ritualistas, sin mediaciones interesadas, de manera absolutamente gratuita, como respuesta a la fe que busca empecinadamente recuperar la dignidad humana, alcanza la plena liberación de cualquier atadura antihumana; restablece la relación dialogante entre el hombre y Dios. Por eso la gente sencilla, presente cuando Jesús perdona y sana al paralítico, dice acertadamente: «nunca hemos visto nada igual»; lo mismo que tenemos que decir hoy, nosotros, cuando leemos este Evangelio, esta buena noticia de nuestra liberación en este, como digo, simpático texto.
Jesús, nuestro Salvador, quiere dejarnos una esperanza cierta de salvación: Él es capaz, incluso, de perdonar los pecados y de compadecerse de nuestra debilidad moral. Antes que nada, dice categóricamente: «Hijo, tus pecados te quedan perdonados» (Mc 2,5). Después, lo contemplamos asociando el perdón de los pecados —que dispensa» incansablemente— a un milagro extraordinario, «palpable» con nuestros ojos físicos. Como una especie de garantía externa, como para abrirnos los ojos de la fe, después de declarar el perdón de los pecados del paralítico, le cura la parálisis: «Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa». El hombre se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos (Mc 2,11-12). Ahora estamos comenzando un nuevo tiempo ordinario. Y se nos recuerda a los discípulos–misioneros la urgente necesidad que tenemos del encuentro sincero y personal con Jesucristo misericordioso. Él nos invita en este tiempo a no hacer rebajas ni descuidar el necesario perdón que Él nos ofrece en la Iglesia. Que día a día podamos renovar nuestra confianza en Dios y demos gracias por tanta gente buena que ayuda a llevar la camilla de los demás y a tener la iniciativa para buscar la manera de acercarles a Jesús. ¡Nos queda mucho por hacer! María Santísima nos asistirá, ella que está al tanto de los demás como en Caná. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
jueves, 14 de enero de 2021
«¡Sí quiero: sana!»... Un pequeño pensamiento para hoy
Hoy, en el Evangelio, Jesús realiza la curación de un leproso que le suplica que le cure (Mc 1,40-45). El Maestro responde a la petición del leproso, lo sana, pero le hace una recomendación: no divulgar lo sucedido. Con esta prohibición Jesús no pretende pasar de incógnito, ni se trata tampoco es una falsa modestia; sencillamente, no quiere que las gentes se refieran a él como el hijo de Dios, o como el Mesías, basados en acontecimientos considerados maravillosos —los milagros—, con el riesgo de no descubrir lo profundo del nuevo mensaje y las exigencias que conlleva el descubrirse hermanos, hijos de un mismo padre en una sociedad que discrimina a los enfermos, a los pobres y a la mujer. además de todo lo dicho sobe la lepra, el infectado, al ser considerado impuro, era asimilado al pecador, por lo cual el sistema religioso establecía una purificación ritual hecha por los sacerdotes. Era menester que el beneficiado pagara una ofrenda en especies, después de lo cual quedaba certificado para ser admitido nuevamente en la comunidad. Jesús sabe que el leproso sanado debe pasar por este proceso para ser integrado a su grupo, y le recomienda hacerlo, lo cual no significa que estuviera de acuerdo con aquellas prescripciones legalistas. Al tocar Jesús al leproso también se convirtió en «impuro», según la Ley, y por eso debería en adelante no entrar a los pueblos; sin embargo, el pueblo lo busca al conocer sus realizaciones.
El leproso está tan agradecido, que no puede contener su alegría y proclama quién ha sido su curador, a pesar de la expresa prohibición de Jesús. Los signos de curación que Jesús hace van extendiendo su fama en estos momentos iniciales de su ministerio. Pero no nos podemos quedar únicamente con la contemplación de aquel hecho como algo del pasado. El Evangelio de hoy nos debe recordar que también hay leprosos en nuestro tiempo. Y como en la época de Cristo, también en la nuestra los segregamos, no queremos ni verlos, está prohibido tocarlos, hablarles, los dejamos solos con su enfermedad. Hay que ver que el leproso se acercó a Jesús y le pidió confiadamente que lo sanara y Jesús lo hizo «¡tocándolo!» y suplicándole que no le dijera a nadie de aquel milagro para que no lo creyeran un simple curandero, y por si alguno se escandalizaba de que hubiera tocado al leproso. También a nosotros nos ha purificado Jesús de nuestros males; también podemos contar, a todos los que nos encontremos, las maravillas que la fe en Jesús ha realizado en nuestras vidas, los milagros que en la vida diaria se van suscitando. ¡Ojalá que nuestra conversión la pidamos con la misma fe y confianza con que el leproso se presentó ante Jesús! Él es el único que puede hacer posible aquello que por nosotros mismos resultaría imposible. Dejemos, bajo el cuidado y protección de María Santísima, la «toda pura», que Dios actúe con su gracia en nosotros para que nuestro corazón sea purificado y, dócil a su acción llegando a ser cada día más un corazón a imagen y semejanza del corazón de Jesús. Él, con confianza, nos dice: «¡Sí quiero: sana!» (Mc 1,41). ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
miércoles, 13 de enero de 2021
«Misericordia en acción»... Un pequeño pensamiento para hoy
martes, 12 de enero de 2021
«Con autoridad»... Un pequeño pensamiento para hoy
El anuncio del Evangelio lo hemos de hacer con la fuerza que nos viene de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida. Y, siendo los primeros en vivir lo que proclamamos, nos hemos de presentar ante los demás —no solamente en tiempos especiales como Navidad o pascua, sino siempre— no como charlatanes, sino como quienes tienen autoridad para hablar del Señor desde una vida convertida en testimonio personal de la salvación que Dios ofrece a toda la humanidad. Ciertamente que en el camino de la vida nos encontraremos con muchas personas que han sido dañadas, tal vez fuertemente, por la maldad y dominadas por el pecado. A nosotros corresponde, por voluntad de Dios, llegar a ellos para ayudarles a encontrar en Cristo su amor misericordioso, su salvación y un compromiso nuevo para trabajar a favor del Reino. Por eso procuremos no quedarnos en el anuncio de la palabra de Dios mientras descuidamos nuestra respuesta personal a la misma. Quien anuncia el Evangelio y continúa, voluntariamente, sujeto al pecado, en lugar de procurar la salvación de los demás, no podrá hablar con autoridad y les estará llevando a una vida de hipocresía y de falta de compromiso real con el Señor. Mientras la Palabra de Dios no transforme realmente al hombre, liberándolo de su esclavitud al pecado y al autor del pecado, será una palabra inútil dicha sin autoridad, tal vez proclamada con bombo y platillos, con palabras eruditas, pero sin la fuerza del Espíritu Santo.
No es el hombre que proclama el Evangelio quien debe ser admirado. Tampoco anunciamos el Evangelio para que todos los hombres admiren a Jesucristo sino para que acepten la salvación que el Padre Dios nos ofrece en su Hijo. Proclamamos el Nombre del Señor y su Palabra con autoridad para que transforme el Corazón de todos. Por eso la Iglesia debe estar consciente de que continúa dándole cuerpo, pies, manos, boca a Aquel que es la Palabra, para que continúe realizando su obra de salvación en el mundo y su historia. Si en algún momento quienes nos escuchen alabaran nuestras palabras y nuestras explicaciones, hagamos nuestro aquello que hace días veíamos que decía Juan el Bautista y digamos: «Yo sólo soy la voz de Aquel que es la Palabra; es necesario que Él crezca y que yo venga a menos». Pero recordemos también que la Palabra de Dios, antes que nada, debe producir en nosotros mismos abundantes frutos de salvación. Si Jesús anunciaba con autoridad el Evangelio, era porque Él mismo se había convertido en un Evangelio viviente. Quienes seguimos las huellas de Cristo y anunciamos su Nombre a los demás, no podemos sino realizar lo mismo: vivir, antes que anunciar; pues sólo así seremos auténticos testigos y tendremos la autoridad suficiente para hacer llegar a todos el Evangelio de salvación. Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir con lealtad nuestra fe en Cristo, de tal forma que nuestra existencia misma se convierta en un Evangelio viviente del amor que el Padre Dios tiene a toda la humanidad. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.