jueves, 3 de diciembre de 2020

«El Reino de los cielos exige esfuerzo»... Un pequeño pensamiento para hoy

«El Reino de los cielos exige esfuerzo, y los esforzados lo conquistarán» dice el Evangelio de este día (Mt 11,11-15). Desde el tiempo de Juan el Bautista hasta el presente, la conquista del Reino de los cielos exige esfuerzo, energía, arrojo, porque el Reino de Dios no se instaura fácilmente. Resistencias muy fuertes se oponen a que Dios reine verdaderamente. Las potencias del mal están activas hasta el final de los tiempos. Juan Bautista invitó a sus discípulos al combate, dándoles ejemplo de una vida dura y asceta, una vida esforzada. No se construye el Reino en la facilidad, en la molicie, o el dejar-hacer. El tiempo de Adviento es un tiempo de vigilancia y de esfuerzo para conquistar el Reino.

En el Adviento una figura importantísima es precisamente Juan el Bautista. Y serán varios los días en que la Liturgia centrará las lecturas en torno al Bautista. Él es el último de los profetas del Antiguo Testamento, el que establece el puente a los tiempos nuevos, a los tiempos definitivos. Por eso en el Evangelio dice también Jesús que «el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él»: ahora que viene el Profeta verdadero, todos los demás quedan relativizados; ahora que se congrega el nuevo Pueblo en torno al Mesías, ha llegado a la plenitud el pueblo primero, la primera alianza. Es en este contexto en el que Jesús aprovecha para aclarar que su Reino supone esfuerzo. Sólo los esforzados se apoderan de él. Es un orden nuevo de cosas exigente y radical. El Bautista ya anunció que el hacha estaba dispuesta para cortar el árbol. El Reino es gracia y es alternativa: salvación y juicio a la vez. El Bautista supo mantenerse en su lugar, humilde: «conviene que yo mengüe y que él crezca», porque no era él el Salvador, sino el que le preparaba el camino. Vivió en la austeridad y predicó sin recortes el mensaje de conversión enseñándonos ese esfuerzo con el que se alcanza el Reino. 

Juan el Bautista fue la voz que clama en el desierto para preparar la venida del Mesías. Además, encaminó a sus discípulos hacia Jesús, el nuevo y definitivo Maestro: «éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Celebrar la venida de Dios, en la próxima Navidad para todo discípulo–misionero, no es sólo cosa de sentimiento y de poesía. La gracia del Adviento, de la Navidad y de la Epifanía pide disponibilidad plena, apertura a la vida que Dios nos quiere comunicar. Supone, como predicaba Isaías y repetía el Precursor, preparar caminos, allanar, rellenar, enderezar, compartir con los demás lo que tenemos, hacer penitencia, o sea, cambiar de mentalidad con esfuerzo. Si Navidad no nos cuesta ningún esfuerzo, será seguramente porque no hemos profundizado en su significado sacramental. El don de Dios es siempre a la vez tarea y compromiso. Es palabra de consuelo y de conversión. Con María santísima esforcémonos por vivir el Adviento en plenitud. ¡Bendecido jueves sacerdotal y Eucarístico!

Padre Alfredo.

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