jueves, 17 de diciembre de 2020

«La genealogía de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy

La celebración de la Navidad está ya muy próxima. Para que nos preparemos de un modo más inmediato a ella, la Iglesia la hace preceder de una «octava», es decir, ocho días que paso a paso nos van conduciendo al 25 de Diciembre. La preparación comienza hoy por la primera página del evangelio según San Mateo (Mt 1,1-17) que nos narra la genealogía de Jesús y que volvemos a escuchar en la misa de la vigilia de Navidad, el 24 por la tarde. El Mesías no es fruto del azar, así, sin saber desde dónde llegó. Él se enraiza en un linaje de antepasados concretos: de este modo es un verdadero «hijo del hombre» —como se designará Él mismo—, que participa totalmente de la condición humana, con sus límites y sus particularidades. Millares de hombres y de mujeres, de padres y de madres, que fueron progenitores han sido necesarios para que un día madurase el fruto último de la humanidad. Una humanidad nueva nace en Jesús. Y, sin embargo, está en continuidad con todo el resto de la humanidad.

Esta genealogía es la historia del «adviento» de Jesús, de sus antepasados. Pero no se trata de una mera lista notarial. Esta página está llena de intención y nos ayuda a entender mejor el misterio del Dios-con-nosotros cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar. El Mesías esperado, el Hijo de Dios, la Palabra eterna del Padre, se ha encarnado plenamente en la historia humana. El Emmanuel está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel. No es, como decía, un fruto del azar, un extraterrestre o un ángel que llueve del cielo. Pertenece con pleno derecho, porque así lo ha querido, a la familia humana. Los nombres de esta genealogía no son precisamente una letanía de santos. Hay personas famosas y otras totalmente desconocidas. Hombres y mujeres que tienen una vida recomendable, y otros que no son nada modélicos. Es una lección para que también nosotros miremos a las personas con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Nadie es incapaz de salvación. La comunidad eclesial nos puede parecer débil, y la sociedad corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas llenas de defectos. Pero Cristo Jesús viene precisamente para esta clase de personas. Viene a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos. A salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. Esto para nosotros debe ser motivo de confianza, y a la vez, cara a los demás, una invitación a la tolerancia y a una visión más optimista de las capacidades de toda persona ante la gracia salvadora de Dios.

También la Navidad de este año la vamos a celebrar personas débiles y pecadoras. Dios nos quiere conceder su gracia a nosotros y a tantas otras personas que tal vez tampoco sean un modelo de santidad. A partir de nuestra situación, sea cual sea, nos quiere llenar de su vida y renovarnos como hijos suyos, miembros de una familia de discípulos–misioneros de su Hijo el Emmanuel, el Dios con nosotros. Jesús fue uno de los nuestros, pero, al final de la genealogía, hay un salto significativo: el caso de José. No se dice de él que engendró a Jesús, sino que era «el esposo de María», de la cual nació Jesús. La historia da un salto, y busca la colaboración de una carne de una mujer pura, de una virgen. Dios juega con la historia humana desde dentro pero, al final se reserva su propia iniciativa sorprendente y misteriosa. Mirémosle así, uno de los nuestros, pequeño entre los grandes, extendiendo su historia hasta la nuestra, amándola con todas sus consecuencias y sigamos el camino a Belén con José y María. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!

Padre Alfredo. 

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