En el tiempo de Cristo, los fariseos se imaginaban que por su fidelidad a la ley merecían la aprobación de Dios, pero en realidad ellos no habían cumplido la voluntad del Padre, se quedaban en las palabras. Su piedad era vacía, su cumplimiento vano; no practicaban la justicia y despreciaban a los demás pensando ser los únicos justos. Pero Jesús les muestra que no es así. Son los pecadores, que antes rechazaron la voluntad de Dios, los que ahora le obedecen al aceptar primero la predicación de Juan el Bautista y luego la de Jesús. Los publicanos despreciados por los demás judíos, sin embargo, han mostrado más disponibilidad para seguir a Jesús. De hecho, uno llegó a ser su discípulo y otro se convirtió. Y las prostitutas, han mostrado frente a Jesús una actitud de conversión y amor. Y los jefes que han visto eso no han querido arrepentirse y seguir a Jesús, sin embargo, son ellos los que no están cumpliendo la voluntad del Padre.
Hoy el Evangelio (Mt 21,28-32) es bastante ilustrativo en esto y nos pone el ejemplo de dos hermanos. Uno que dice sí a lo que el padre pide en un primer momento, pero que se queda en las palabras, en la fachada del que ha quedado bien pero no cumple. Por otra parte, nos presenta al hermano que, en un primer momento, da un tajante no, pero se arrepiente y cumple. También entre nosotros puede pasar que los buenos —los sacerdotes, los religiosos, los de misa diaria— seamos poco comprometidos a la hora de la verdad, y que otros no tan «buenos» tengan mejor corazón para ayudar a los demás y estén más disponibles a la hora del trabajo. Que sean menos sofisticados y complicados que nosotros, y que estén de hecho más abiertos a la salvación que Dios les ofrece en este Adviento, a pesar de que tal vez no tienen tantas ayudas de la gracia como nosotros. Esto es incómodo de oír, como lo fueron seguramente las palabras de Jesús para sus contemporáneos, pero es una realidad. Bien dicen por ahí: «Obras son amores y no buenas razones». Que María Santísima nos ayude a seguir viviendo el Adviento abriendo el corazón al Señor que viene a salvarnos. ¿Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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