En este hecho que narra la perícopa evangélica del día de hoy, se muestra claro que Dios es el protagonista de nuestra historia de salvación. El hijo de Zacarías e Isabel se llamará Juan, llenará de alegría a todos, también estará consagrado por el nazireato —no beberá vino, por ejemplo—, estará lleno del Espíritu y convertirá a muchos israelitas al Señor. Será el precursor de Jesús. En el anuncio del ángel se describe muy bien esta misión: «irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto». También ahora, que celebramos este Adviento en medio de una pandemia inusitada, es Dios quien salva. El Bautista cuyo anuncio de su nacimiento escuchamos hoy, nunca se creyó el Salvador, sino sólo la voz que le proclamaba cercano y presente. Nuestra actitud en vísperas de la celebración navideña debe ser la de una humilde confianza en el Señor que nos ha traído a este mundo con una misión porque si bien lo miramos, nosotros también estamos consagrados a Dios por el bautismo, y debemos sentir la necesidad de «estar llenos del Espíritu Santo».
Así, con esta historia, san Lucas nos dice que comienza la Buena Nueva: en un rincón del mundo, con una pareja de ancianos que no han tenido hijos y que sólo confían y esperan en Dios. Comienzos humildes para una gran obra. La concepción de Juan el Bautista es el final de la película del Antiguo Testamento: el último hombre grande antes de Dios-hecho-hombre. El Precursor se anuncia, ya desde el vientre materno, superando la vejez y la esterilidad. El mensaje de la presencia de Dios entre los hombres trae la juventud y deshace la sequedad. No es compatible con quienes ya no están dispuestos a sorprenderse de nada, o a volver a creer en algo. Creer que nuestra vida ya no puede dar más de sí, que lo que es, es lo que es, impide creer. Dios nace en el mundo porque cree en sus posibilidades nuevas. Eso empezó demostrándoselo a dos personas mayores, que ya no albergaban expectativas de familia. Tener capacidad de sorpresa es absolutamente imprescindible para vivir el Adviento y la Navidad con fe. A nosotros corresponde el alegrarnos por la obra de Dios como aquellos ancianos, como María, como José. Sigamos así viviendo nuestros días previos a la Navidad. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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