Me siento muy contento siempre con esta fiesta en honor de nuestra dulce Morenita del Tepeyac recordando cada año el gozo de sus apariciones a san Juan Diego y el regalo maravilloso de haberse quedado su imagen grabada para siempre, milagrosamente, en la tilma del humilde y sencillo indio que tuvo la dicha de conversar con ella de corazón a corazón. La tilma debería haberse deteriorado en 20 años, pero después de casi 500 años, aun no muestra signos de deterioro. Hasta el día de hoy, desafía todas las explicaciones científicas de su origen. El año pasado, por gracia de Dios, me tocó vivir la fiesta desde las Vísperas en la Basílica de Guadalupe de Ciudad de México, una experiencia que será para mí siempre inolvidable. Basta recordar esos ríos de gentes —7 millones— desfilando para venerar la imagen unos segundos, pedir, agradecer, prometer no sé cuantas cosas a la Virgen, a la mujer, a la Madre de Dios por quien se vive. Recordando la experiencia que viví el año pasado, considero que la fiesta de hoy es mucho más que una fiesta litúrgica y doy gracias a Dios de que llevo el nombre de «Guadalupe», pues me llamo Alfredo Leonel Guadalupe.
Aunque muchos se empeñen en desacreditar el papel de la Virgen de Guadalupe en la historia y en la consolidación de México, bastará con echar una mirada al corazón de los mexicanos para comprobar que nuestro pueblo es guadalupano en su esencia y en sus raíces: Guadalupe es México y México es Guadalupe. La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe marcó un momento decisivo en la primera evangelización de todo el continente americano y de la nación mexicana en especial. Ella apareció en la imagen de una joven mestiza, con características tanto nativas como españolas, revelando de esa manera hermosa que ella es la madre espiritual de todos los pueblos, y especialmente de los pueblos del Nuevo Mundo. La Liturgia de la celebración de este día nos recuerda que la Santísima Virgen María siempre ha estado en el centro del Plan de Dios para toda la historia de la humanidad, y en el centro de Su Plan para cada una de nuestras vidas. En su vientre, como nos recuerda el Evangelio (Lc 1,39-48) María lleva al Dios vivo y por eso se encamina «presurosa» a llevar su presencia a su parienta Isabel y por eso se encamina igualmente con premura a las tierras de América a traer a su Hijo, el verdadero Dios por quien se vive.
Como dice el Siervo de Dios don Luis María Martínez, quien fuera Arzobispo Primado de México, la visita de Santa María de Guadalupe al Tepeyac no fue fugaz; no vino y se fue, ¡se quedó con nosotros! Pero ¿Sabemos lo que entraña el misterio de su visita? Un mensaje de amor de la Madre divina; un templo que surge por la magia de su voz celestial; una fuente de gracias copiosísimas que brota de la Colina del Tepeyac. Y estas tres cosas simbolizadas y perpetuadas en esa Imagen: que es la urna de nuestros recuerdos, el centro de nuestras esperanzas, la dicha de nuestro corazón. Celebrar a María, en medio del Adviento, nos ayuda a prepararnos de mejor manera a la espera del Señor, porque ella es la Virgen del Adviento, es el personaje preclaro de este tiempo de gracia, es la que esperó de singular manera la llegada de Jesús, es la maestra y el modelo de la esperanza. Quien se acerca a Nuestra Señora de Guadalupe, se sacia en realidad del que viene en su seno. Ella indica la plenitud de los tiempos en que Dios envía a su Hijo para rescate de todos y a través de la cual el Hijo de Dios se hace hombre para hacer al hombre hijo de Dios. Todo esto es la Santísima Virgen María de Guadalupe, la gran maestra del Adviento. Con ella sigamos caminando al encuentro del Señor. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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