San Mateo, siguiendo un esquema literario convencional de aquellos años, hace una «anunciación» a José, un anuncio de nacimiento, narrada como otras muchas anunciaciones a lo largo de la Biblia. En cada una se encuentra: 1ª La aparición de un ángel... 2º La imposición de un nombre, característico de la función del personaje que nace... 3º Un signo dado como prenda, a causa de una dificultad particular. Y no es que José dude de la honradez de María. Ya debe saber, aunque no lo entienda perfectamente, que está sucediendo en ella algo misterioso. Y precisamente esto es lo que le hace sentir dudas: ¿Es bueno que él siga al lado de María? ¿Es digno de intervenir en el misterio? ¿No será un estorbo? El ángel le asegura, ante todo, que el hijo que espera María es obra del Espíritu. Pero que él, José, no debe retirarse. Dios le necesita. Cuenta con él para una misión muy concreta: cumplir lo que se había anunciado, que el Mesías sería de la casa de David, como lo es José, «hijo de David» —Evangelio—, y poner al hijo el nombre de Jesús —Dios-salva—, misión propia del padre.
El relato continúa diciendo que «cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel». ¡Qué admirable disponibilidad la de este joven israelita! Sin discursos ni posturas heroicas ni preguntas, obedece los planes de Dios, por sorprendentes que sean, conjugándolos con su profundo amor a María. Acepta esa paternidad tan especial, con la que colabora en los inicios de la salvación mesiánica, a la venida del Dios-con-nosotros. Deja el protagonismo a Dios: el Mesías no viene de nosotros. Viene de Dios: concebido por obra del Espíritu. De esta manera, José se hace modelo de todos nosotros como discípulos–misioneros de Cristo que en este mundo tenemos una misión muy particular que es especial para cada uno. El Señor, como a José, nos encarga que seamos heraldos para los demás de esa misma Buena Noticia que nos llena de alegría a nosotros y que colaboremos en la historia de esa salvación cercana en torno nuestro. ¿A quién ayudaremos, expectantes con María y José en estos días, a sentir el amor de Dios y a celebrar desde la alegría la Navidad ya inminente? ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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