Y aquí estamos hoy nosotros, en el grupo de discípulos–misioneros de Cristo agradeciendo todo, a punto de comenzar el nuevo año en torno a la Palabra del Señor. A Dios le damos gracias porque hemos vivido un año más, regalo de Él, amigo de los hombres y amigo de la vida. Me viene a la mente aquella conocida canción que me gusta escuchar en la voz de Mercedes Sosa: «Gracias a la vida, que me ha dado tanto». Y recordando todo lo vivido en el año, de próspero y adverso, de salud y de enfermedad, podemos comenzar a escribir nuestras vidas de un modo mejor, más humano, más cristiano. Es lo que decía san Pablo a la comunidad de Filipos: «Me olvido de lo que queda detrás y me lanzo hacia lo que queda delante»; agradezco lo sucedido en el año 2020 y lo pongo en manos de Dios y voy hacia el 2021, pensando en aquello que dice el poeta alemán Reinhold Schneider: «aun después de una mala cosecha, se debe sembrar de nuevo».
El Evangelio de hoy nos vuelve al prólogo de san Juan (Jn 1,1-18), que, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre, plan de salvación que en este año ya inminente que estamos por iniciar, debemos de seguir construyendo. Navidad sigue siendo luz y gracia, pero también examen sobre nuestra vida en la luz. Cada uno hará bien en reflexionar en este último día del año si de veras se ha dejado poseer por la buena noticia del amor de Dios, si está dejándose iluminar por la luz que es Cristo, si permanece fiel a su verdad, si su camino es el bueno o tendría que rectificarlo para el próximo año, si se deja embaucar por falsos maestros. En este discernimiento nos tendríamos que ayudar los unos a los otros, para distinguir entre lo que es sano pluralismo y lo que es desviación, entre lo que obedece al Espíritu de Cristo o al espíritu del mal. El último día del año somos invitados a contemplar, con detenimiento, la encarnación del Hijo de Dios como una nueva creación, la misma Palabra creadora de Dios que asumió la carne humana para descubrirnos la gloria de Dios. Sólo Dios puede darse a conocer a sí mismo, Él es principio y fin. En la transición de fin de año y año nuevo, como discípulos–misioneros, debemos situarnos con gratitud, aún en medio de la adversidad, volviendo la mirada al año transcurrido y con esperanza frente a los días por venir en que esperamos un mundo mejor. ¡Bendecido jueves último día del atípico año 2020!
Padre Alfredo.
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