Herodes, al enterarse del nacimiento de «un Rey», se irritó sobremanera, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en toda su comarca para cerciorarse de que nadie le arrebataría su lugar como rey. Pero este crimen tan espantoso no impedirá que Dios cumpla con su obra. Entonces —dice la Escritura— se cumplió lo que el Señor había dicho por el profeta Jeremías: «En Ramá se oyeron voces, muchos lloros y alaridos... Es Raquel que llora a sus hijos, sin querer consolarse porque ya no existen.» Sea cual sea la exacta historicidad de la huida a Egipto y del episodio de los niños de Belén, muy creíble dada la envidia y maldad del rey Herodes, este pasaje de san Mateo nos ayuda a entender toda la profundidad del nacimiento del Mesías. Es la oposición de las tinieblas contra la luz, de la maldad contra el bien. Así se cumple lo que Juan dirá en su prólogo: «vino a su casa y los suyos no le recibieron». Los niños de Belén, sin saberlo ellos, y sin culpa alguna, se convierten en mártires. Dan testimonio «no de palabra sino con su muerte». Sin saberlo, se unen al destino trágico de Jesús, que también será mártir, como ahora ya empieza a ser desterrado y fugitivo, representante de tantos emigrantes y desterrados de su patria.
El amor de Dios se ha manifestado en la Navidad, así lo experimentamos estos días a pesar de lo atípicos que son en este año. Pero el mal existe, no hay duda, y el desamor de los hombres ocasiona a lo largo de la historia escenas como ésta y peores, incluso hay quienes sacan provecho económico de la difícil situación. De esta manera la Navidad se vincula con la Pascua. En el Nacimiento ya está incluida la entrega de la Cruz. Y en la Pascua sigue estando presente el misterio de la Encarnación: la carne que Jesús tuvo de la Virgen María es la que se entrega por la salvación del mundo. Desde el acontecimiento de la Pascua de Cristo, todo dolor es participación en el suyo, y también en el destino salvador de su muerte, la muerte del Inocente por excelencia. Que María Santísima interceda por nosotros con su Hijo Jesús, para que todo lo que los nuevos Herodes no pueden tolerar porque están aferrados a su injusto poder, al servicio de las potencias de este mundo, desaparezca y dé paso, a la civilización del amor. ¡Bendecido lunes!
Padre Alfredo.
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