La celebración de la «Octava» tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, en el que los judíos festejaban las grandes fiestas por ocho días. Asimismo, tal como se lee en el Génesis (Gn 17,9-14), hace muchos siglos Dios hizo una alianza con Abraham y su descendencia cuyo signo es la circuncisión al octavo día después del nacimiento. Jesús mismo, como todo judío, también fue circuncidado al octavo día y resucitó el «día después del séptimo día de la semana». Es así que la Octava —ocho días— sigue siendo una tradición muy importante en la Iglesia y por ello se han establecido sólo dos en el calendario litúrgico: la «Octava de Navidad» y la «Octava de Pascua», porque el ciclo de Navidad está unido con el ciclo de Pascua, es decir que la Navidad mira a la Resurrección. Jesús nace, entra en la historia, lanza su mensaje, predica su Palabra de Salvación, conspiran contra Él, muere en la cruz y... ¡Resucita al tercer día! Y por su Resurrección queda presente en la historia y en la Iglesia... La «Octava de Navidad» se cierra el 1 de enero con la fiesta de María Madre de Dios, ya que todos los títulos atribuidos a la Virgen María tienen su raíz en este dogma de fe.
Después de esta reflexión sobre la «Octava de Navidad» voy brevemente al Evangelio del día de hoy (Lc 2,22-35) un pasaje por demás conocido que habla de la presentación del Niño Jesús en el Templo. Jesús aparece en la escena plenamente encarnado en la condición humana: es un niño que tiene que ser llevado en brazos como cualquier otro niño, y su familia ha de someterse a la Ley como toda familia. Y además es pobre, porque sus padres hacen la ofrenda de los pobres. En esta condición humana normal, somos llamados a reconocer, como Simeón, al Salvador de todos los pueblos, a Jesús que nació para morir y resucitar por nosotros para alcanzarnos la salvación. Eso quiere decir que Jesús, a quien celebramos como un pequeño Niño en la Navidad, es la luz de nuestra vida, y que vale la pena creer en él; que el camino de la salvación está en el Evangelio, en lo que Jesús dirá y hará; y que vale la pena hacer conocer esta luz a todo el mundo. Junto a María y José, sigamos viviendo estos días de la fiesta de la «Octava de Navidad». ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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