Yo tengo un vivo recuerdo de un milagro parecido al de la multiplicación de los panes que el Señor nos hizo a la comunidad de Misioneros de Cristo hace ya bastantes años. Era yo en aquel entones un joven sacerdote a cargo de una comunidad de 24 seminaristas y con dificultades económicas muy duras, como acontece en muchas fundaciones, porque no es fácil sostener una comunidad tan grande viviendo de la Providencia. Una de aquellas tardes, me dice el seminarista que estaba en la cocina que no hay para cenar mas que unas cuantas tostadas, pero que no alcanzarán para todos seguramente, que hay un poco de repollo y que la mayoría tendrán solamente una embarradita de frijoles... y me pregunta: ¿qué hacemos? Entonces yo le digo, vamos a nuestra oración de la tarde —las Vísperas— y después como siempre tú tocas la campana para la cena y Dios proveerá. ¡Cómo no recordar aquellos momentos en que saliendo de rezar alguien llamó a la puerta cuando yo iba pasando exactamente por allí! ¡Eran unas personas con abundante comida de un banquete que se había cancelado! Nunca más volvimos a ver a aquellas personas que no quisieron identificarse y que llegaron en nombre de la Divina Providencia. Cenamos, desayunamos y comimos al día siguiente con lo que el Señor nos bendijo... La mano providente de Cristo que vela por los suyos, como lo hace en el Evangelio, se sigue manifestando.
Es Adviento, es tiempo de espera. Estamos en medio de una pandemia como nunca antes la habíamos visto y tenemos que confiar en que el Señor vendrá a proveer de lo que necesitamos ya rescatarnos del pecado que parecía hacer de las suyas en una sociedad a la que mucho le sobraba. La venida del Señor es una fiesta para los que sufren y que a la vez confían en él. El discípulo–misionero sabe que cuando Dios pasa, deja una estela de alegría. En el Adviento nos preparamos para recibir a Jesús que viene, se apiada y sufre con los que sufren remediando males y situaciones difíciles. ¡Los milagros siguen aconteciendo! Con siete panes y unos cuantos peces come toda una multitud que tiene hambre... La gracia del Adviento y de la Navidad, con su convocatoria y su opción por la esperanza, nos viene ofrecida precisamente desde nuestra historia concreta, desde nuestra vida diaria, desde nuestra necesidad que el Señor no desoye. Como a la gente que acudía a Jesús y que él siempre atendía: enfermos, tullidos, ciegos... descartados. Gente con un gran cansancio en su cuerpo y en su alma, así vamos nosotros caminando en este Adviento tan diferente que nos toca vivir. Confiemos y sepamos esperar que los milagros, siguen irrumpiendo. Con María, sigamos caminando en el Adviento. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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