sábado, 5 de diciembre de 2020

«Continuadores de la tarea misionera de Jesús»... Un pequeño pensamiento para hoy


El Evangelio de hoy (Mt 9, 35-10, 1.6-8) comienza diciendo que Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos enseñando. ¡Y vaya que no ha parado! Gracias a Dios que la Iglesia, por su condición misionera por naturaleza, continúa realizando esta tarea que Jesús inició al ver, como dice la Palabra de Dios, que las multitudes se encontraban extenuadas y desamparadas, como vejas sin pastor. Así ve la Iglesia en nombre de Jesús a la humanidad: una muchedumbre desencantada, desfallecida... un mundo sin verdaderos guías ni buenos líderes porque todo, en una sociedad tan materialista, es efímero. ¡Con cuánto gozo nos reciben en muchas de las misiones temporales que emprendemos, ya sea en la Semana Santa o en el verano en diversas comunidades a donde el sacerdote no puede asistir más que cada 3 o 6 meses! ¡La alegría de las comunidades, al recibir a sus misioneros, es impresionante y definitivamente es más lo que uno de misionero recibe, que lo que da! El misionero sigue el camino trazado por Jesús que recorría ciudades y aldeas proclamando la Buena Nueva. La urgencia misionera de la Iglesia, tiene sus raíces en la urgencia del mismo Jesús que enseña, predica y cura.

Ese Dios que sana corazones destrozados, ese Cristo que se apiada de los que sufren, es quien hoy, a través de incansables misioneros nos invita a nosotros a tener y a repartir esperanza. Y lo hace valiéndose de todos los medios. Ahora, con tanto adelanto en la tecnología, Dios nos permite misionera por los medios telemáticos que nos hacen llegar a mucha gente. A mi me vasta ver que cada noche, al rezar el Rosario en Facebook, alcanzo siempre más de 200 conexiones de diversas partes del mundo más toda la gente que ora a otra hora porque la transmisión se queda grabada. La realidad es que la humanidad sigue igual, hambrienta, desorientada, desilusionada. Si el mundo está desanimado, o más o menos hundido en una situación de pecado o de tibieza, la llamada del Adviento, o sea, el anuncio de la venida de Jesús a nuestra historia, va dirigida preferentemente a toda esta gente y a nosotros como discípulos–misioneros. Son las lágrimas de tantos que sufren las que quiere enjugar, son las heridas de muchos las que quiere vendar con solicitud. Eso es Adviento y eso es Navidad para el que quiere prolongar la tarea misionera que Cristo inició y que se repite año tras año. 

Sabemos que la primera en imitar esta tarea misionera de Cristo es la Virgen María. Ella también nos da ejemplo, en las páginas del Evangelio, de saber mostrarse cercana a los que la necesitan. Está contenta con el anuncio del ángel, pero corre a ayudar a su parienta Isabel en los trabajos de su casa. En Caná está al tanto del apuro de los novios e intercede ante su Hijo para que les proporcione vino. La Virgen creyente, y a la vez, la Virgen servicial, la Virgen discípula y a la vez la Virgen misionera. Con Ella, de la mano del Señor, tiene que llegar una nueva luz que nos permita ver a nuestro mundo tan dolido en medio de esta pandemia de manera diferente, con los ojos misericordiosos de Jesús; para que podamos descubrir su rostro en todos los hombres que nos miran con esperanza y que, tal vez, esperan de nosotros, como cristianos, como discípulos–misioneros de Cristo que mostremos con obras lo que confesamos en nuestra fe: que todos somos imágenes de Dios, hijos de un mismo Padre, hermanos de Jesucristo y llamados por nuestro nombre para formar parte de la gran familia de seguidores, amigos y testimonios de Jesús. ¡Bendecido sábado!

Padre Alfredo.

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