En la visión que nos da san Lucas sobre el comportamiento de la sagrada familia, en esta fiesta que hoy celebramos, descubrimos algunos elementos interesantes de reflexión: La sagrada familia cumple fielmente la ley de su pueblo, y tal como está prescrito en el Levítico 12 y otros textos, realiza el rito purificatorio de María y ofrenda su hijo primogénito al Señor (Éx 13,2). Es, por lo tanto, una familia integrada socialmente; que conoce las tradiciones históricas de su pueblo y vive de acuerdo con esas tradiciones. La sagrada familia no entiende una religión al margen de la comunidad ni establece su propia forma de culto a Dios, ya que el culto es un acto esencialmente sentido y vivido en comunidad y de acuerdo con las formas comunitarias. En esta singular familia, José permanece en silencio con su tarea de custodio del Divino Niño y María deberá ir comprendiendo poco a poco todo el significado de la misión de su Hijo, quien en ocasiones hasta parecerá hacer caso omiso de la presencia y de los deseos de su Madre (Lc 8,19-21). Así y en forma lenta dentro de la Sagrada Familia, María irá ascendiendo con Jesús hasta el mismo momento de su muerte en la cruz, en que una espada «atravesará su corazón» y José ya no estará con ella.
Toda familia tiene una historia y podemos contemplar hoy la historia de la Sagrada Familia y la de la nuestra. En la Familia Sagrada José y María crecieron con su Hijo. Supieron callar, supieron esperar y, en especial —y esto es algo que le cuesta a todo padre o madre— supieron aprender de su Hijo. José cumplió su misión de esposo entregado y padre providente, mientras que María amó como nadie a su Hijo y, precisamente por eso, lo respetó como Hijo; le dio la oportunidad para que no fuera «el Hijo de María», sino para que fuera Jesús, el Salvador, con una misión especial y con una forma especial de llevarla a cabo. Sabemos que hoy existe en nuestras modernas familias un serio problema de relación y de diálogo entre padres e hijos. Habrá que voltear a ver a la Sagrada Familia y comprender que engendrar un hijo es darle la oportunidad de ser alguien, un ser libre y un ser distinto a los padres. Si en una primera etapa el amor de los padres necesita ser amor protector, en una segunda etapa debe ser amor «promotor». Se trata de una manera distinta de amar; no se ama al hijo para tenerlo y sentirlo como «mi hijo», sino que se lo ama para que sea distinto de los padres. Así presentan José y María a Jesús en el Templo y así nos lo presentan a cada familia de hoy, para que todos, como la gran familia de Dios, crezcamos en esa relación filial que debemos tener, cada uno, con su ser irrepetible. ¡Bendecido domingo! ¡Bendecida fiesta de la Sagrada Familia!
Padre Alfredo.
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