domingo, 13 de diciembre de 2020

«La alegría de Juan el Bautista»... Un pequeño pensamiento para hoy


La alegría del Evangelio es siempre una alegría que viene de lo Alto, pero que, al mismo tiempo, debe surgir del corazón: es una alegría divino-humana. Jesús es el iniciador definitivo de esta alegría: esta alegría es pascual, ya que está, necesariamente, ligada al acto último por el que Jesús expresa su obediencia al Padre dando su vida por todos los hombres. La alegría que experimentamos los cristianos se traduce espontáneamente en acción de gracias, ya que la salvación por la que nos alegramos es, en primer lugar y ante todo, un don. Esta dimensión de nuestra alegría es completamente esencial: los discípulos–misioneros de Cristo sabemos que el triunfo definitivo de la aventura humana depende radicalmente de la misericordia obsequiosa de Dios Padre. «En esto consiste su amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino que Él nos ha amado a nosotros...» (1 Jn 4,10). Este tercer domingo del tiempo de Adviento es considerado un domingo de alegría porque ya viene el Salvador.

Nuevamente, en el Evangelio, la figura central que prepara la llegada del Señor es Juan el Bautista (Jn 1,6-8.19-28) a quien hoy contemplamos como el que da testimonio de la alegría que viene en Jesús. La actitud de san Juan Bautista es la única que corresponde a todo discípulo–misionero, tanto individualmente como formando la comunidad de la Iglesia. Su misión consiste únicamente en testificar o indicar con alegría, la presencia de Cristo en el mundo, procurando que su testimonio y su indicación sean tan transparentes que los hombres no tropiecen en ella, sino que descubran con gozo y esperanza el rostro de Jesús. Más aún: el testimonio que podemos dar no se refiere a un Cristo que tuviese que imponerse desde fuera, sino al Cristo que ya está misteriosamente presente desde siempre entre los hombres. Exactamente como decía el Bautista a los que le escuchaban; «en medio de ustedes hay uno que no conocen, el que viene detrás de mí». En un mundo que sufre y que se debate en medio de una pandemia descomunal, los seguidores de Cristo no podemos perder la alegría de anunciar su llegada. Él viene a transformar vidas, a alegrar corazones, a dar esperanza.

Este domingo es por eso, al contemplar la figura de Juan un día de alegría porque ya viene el Salvador. Juan Bautista es precursor al testimoniar desde el inicio esa alegría espiritual, fruto de Dios que cumple sus promesas. La alegría permea toda la existencia de Juan el Bautista, por eso antes de focalizar el río Jordán, donde él cumplió la mayor parte de su ministerio, se nos invita a pensar en la alegría en la vida de este profeta. La llegada del Mesías es ciertamente un acontecimiento cercado de júbilos, según lo que nos dice el Antiguo Testamento, por ello es normal que el precursor esté empapado de ese clima espiritual. Junto a la figura del Bautista, en el Adviento está sobre todo la presencia de María, cuyo Magnificat expresa maravillosamente la tonalidad fundamental de la alegría cristiana. Esa alegría que en manera alguna está dictada por ningún fanatismo y que  sólo ella hace palpable un secreto cumplimiento; manifiesta que, en la experiencia, el  camino real de la cruz conduce a la única vida que puede colmar al hombre. La alegría en el sufrimiento, como la que podemos vivir en medio de esta gran adversidad que aqueja a la humanidad, no es una alegría espontánea: sólo puede engendrarla una obediencia al  Padre cada vez más perfecta. Esta alegría expresa la absoluta certeza de que este camino de obediencia perfecta, como la Juan el Bautista y como la de María, completa verdaderamente al hombre. De esta manera, lo importante para el cristiano no es estar con frecuencia con alegría, sino el ser siempre alegre. La alegría cristiana debe ser una alegría de estos días porque ya casi llega el Salvador. ¡Bendecido domingo!

Padre Alfredo.

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