Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy son un pregón de esperanza. Encierran el aspecto principal de la figura de Jesús. Él hace milagros, predica maravillosamente, anuncia el Reino: pero sobre todo atiende a los que sufren, a los desorientados, a los que buscan, a los pobres y débiles, a los pecadores, a los que están cansados, agobiados y marginados de la sociedad. Jesús tiene buen corazón. Quiere liberar a todos de sus males. Nunca pasa al lado de una persona que sufre sin atenderla. «Vengan a mí, yo los aliviaré». Esto es lo suyo: liberar de angustias y dar confianza para vivir entregándole todo lo que somos y lo que hacemos. El Señor ofrece paz y serenidad a los que han sido zarandeados de cualquier manera por la vida. A Él le tuvo que ayudar un día el Cireneo a llevar la cruz. Pero Él había ayudado y sigue ayudando a otros muchos a cargar con la cruz que les ha tocado llevar. Quién más quién menos, todos, no solamente las monjitas de las que platico, andamos un poco agobiados por la vida. Somos débiles y sentimos el cansancio de tantas cosas como llevamos entre manos. La enfermedad del «estrés» por el encierro de la pandemia, por ejemplo, caracteriza a muchos hombres y mujeres en estos días, juntamente con la soledad y la desorientación. Y además, al contemplar esta realidad, nos sentimos muchas veces bloqueados por el pesimismo que se percibe en el ambiente.
Esta lectura irrumpe en este tiempo de Adviento para que recibamos todos esa invitación «¡Vengan a mi!» ¿Aceptamos esta llamada? ¿Nos dirigimos hacia Él buscando consuelo? En las frases precedentes a este pasaje, en San Mateo, Jesús nos ha dicho que el Padre se revelaba prioritariamente a los «más pequeñitos y sencillos» más que a los sabios y prudentes. «Los que andan agobiados con cargas» son los pobres, los enfermos, los humildes, los que están cargados por el peso de los años... El Adviento nos invita a no dudar nunca de Dios. Nos hace el anuncio cargado de confianza: Cristo Jesús vino y sigue viniendo a nuestra historia para curarnos y fortalecernos, para liberarnos de miedos y esclavitudes, de agobios y angustias. No nos sucederán milagros. Pero si de veras acudimos a él, siguiendo su invitación, encontraremos paz interior y serenidad, y fuerza para seguir caminando. El Adviento —viéndolo desde esta perspectiva— es escuela de esperanza y espacio de paz interior. Porque Dios es un Dios que siempre viene, en Cristo Jesús, y está cerca de nosotros y conoce nuestra debilidad. Este tiempo de Adviento nos invita a que seamos como Él, personas que acogen, que al dolor o a la búsqueda de los demás no responden con legalismos y exigencias, sino con comprensión; personas que infunden paz y regalan ánimos a tantos y tantos que están desfallecidos por el camino; testigos y heraldos de esperanza, que es lo que más falta hace a este mundo. Con María sigamos en nuestro andar en este tiempo privilegiado del Adviento. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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