María canta agradecida lo que Dios ha hecho en ella, y sobre todo lo que ha hecho y sigue haciendo por toda la comunidad de creyentes, con la que ella se solidariza plenamente. Le alaba porque «dispersa a los soberbios, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos». Esta oración que san Lucas pone tan acertadamente en labios de María, y que probablemente provenía de la reflexión teológica y orante de la primera comunidad. El «Magnificat» —o la Magnífica, como llama mucha gente— es un magnífico resumen de la actitud religiosa de Israel en la espera mesiánica, como hemos ido viendo a lo largo del Adviento, y es también la mejor expresión de la fe cristiana ante la historia de salvación que llega a su plenitud con la llegada del Mesías, Salvador y liberador de la humanidad. Jesús, con su clara opción preferencial por los pobres y humildes, por los oprimidos y marginados, por los descartados, es el mejor desarrollo práctico de lo que dice este canto en labios de María.
María alaba a Dios ante la primera Navidad. Su canto es el mejor resumen de la fe de Abraham y de todos los justos del Antiguo Testamento, el evangelio condensado de la nueva Israel, la Iglesia de Jesús, y el canto de alegría de los humildes de todos los tiempos, de todos los que necesitan la liberación de sus varias opresiones. Así se hace para nosotros maestra de la espera del Adviento, y de la alegría de la Navidad y es también maestra de nuestra oración agradecida a Dios, desde la humildad y la confianza. Para que vivamos la Navidad con la convicción de que Dios está presente y actúa en nuestra historia, por desapacible que nos parezca. María, siempre tan discreta en los Evangelios, aparece aquí como la profetisa que proclama la revolución histórica ya empezada con la venida del Salvador. En este dinamismo tenemos que seguirnos preparando ante la ya próxima Navidad, haciendo nuestras las palabras de María en el «Magníficat» y cantemos con ella la alabanza de quien también ha hecho en nosotros maravillas. ¡Bendecido martes!
Padre Alfredo.
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