Ante la llegada ya inminente de la Navidad, en nuestro camino del Adviento, el Evangelio de este domingo es el conocidísimo pasaje de la anunciación del ángel a María (Lc 1,26-38). La forma peculiar de este pasaje, especie de midrash —género literario que toma elementos actuales para ejemplificar de modo comprensible textos antiguos—, en el que cada palabra y cada expresión están llenas de sentido y cargadas de evocación; cosa que obligaría a proceder a un comentario, versículo por versículo, con el fin de precisar los ejes principales pero no tenemos ni el tiempo ni el espacio para proceder así, de manera que comentaré lo más sobresaliente, al fin es un texto que aparece varias veces a lo largo del año litúrgico. Por su belleza literaria y por la hondura de su teología este texto constituye uno de los pasajes centrales del Nuevo Testamento. La escena se desarrolla dentro de una humilde casita de Galilea, en esa región despreciada en aquel entonces (Jn 1, 46; 7, 41).
Llama la atención, al leer detenidamente el pasaje, que la Virgen María es la expresión de la humanidad que se mantiene abierta ante el misterio de Dios y concretiza la esperanza de Israel y el caminar de aquellos pueblos que buscan su verdad y su futuro. Pero, al mismo tiempo, ella es la realidad del hombre enriquecido por Dios, como lo muestran las palabras del saludo del ángel que proclama: «el Señor está contigo», «has encontrado gracia ante Dios». Desde este punto de vista, María se convierte en la figura del adviento, en signo de la presencia de Dios entre los hombres. Más que Juan el Bautista, más que todos los profetas, María es la humanidad que simplemente ama y espera, la humanidad que acepta a Dios, que admite su Palabra y se convierte en instrumento de su obra. Así descubrimos que en el límite de su esperanza —la apertura a Dios— se encuentra el principio de la fe —la aceptación del Dios presente, tal como se refleja en la respuesta de María Santísima: «Hágase en mí según tu palabra»—. En María, la humilde sierva del Señor, tenemos una verdadera creyente. Al sentirse favorecida del Altísimo, no le responde diciéndole que la deje pensar más despacio a fin de calcular mejor los riesgos, sino que se entrega con un «sí» totalizante.
Por eso no es un hecho casual que en las vísperas de la Navidad que ya pronto llegará, se nos presente en el Evangelio de hoy el ejemplo de María. Ella —como nosotros hoy, aún en medio de la calamidad que vivimos por la pandemia— recibe el anuncio de la venida del Señor. A su vida, a su realidad, incluso a su carne. Y se abre a esta venida con absoluta confianza, con plena fe, aunque no comprenda cómo se realizará, aunque supere sus esquemas naturales —«¿cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?»—. Pero ella sabe decir —vivir— su «sí» sin reservas. Es una respuesta de fe y de esperanza, mucho más allá de las previsiones naturales, cotidianas. Es el ejemplo que se nos propone hoy, en la inmediación de la Navidad. También nosotros debemos disponernos para acoger la constante venida del Señor, especialmente en la lindante celebración navideña, sabiendo abrirnos a una actitud de fe, de esperanza, de pobreza, de alegría... sabiendo decir un «sí» confiado a la irrupción del Señor en nuestra vida. Como la tierra acoge la semilla para que dé fruto. ¡Bendecido domingo!
Padre Alfredo.
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