lunes, 21 de diciembre de 2020

«Llenarse del Espíritu Santo»... Un pequeño pensamiento para hoy


Ante la llegada inminente de la Navidad en unos cuantos días, me viene una serie de preguntas que quiero compartir con ustedes, queridos lectores y ver qué puede responder cada uno desde su calidad de discípulo–misionero de Cristo: ¿Tengo espacio para recibir a Jesús en mi corazón? ¿Tengo tiempo para dedicarle a Dios en esta Navidad? ¿Puede entrar Él con toda confianza hasta los últimos rincones de mi vida? ¿Encontrará un pesebre en nuestro corazón o tenemos ocupado todo nuestro espacio sin lugar para él? ¿Viviremos la Navidad con gozo interior, o sólo de palabras, cantos y regalos externos? La señal del amor de Dios para nosotros es la sencillez y en esa sencillez misma con la que Cristo nació en Belén, quiere llegar a nuestro corazón. Él no viene con poderío y grandiosidad extremas, sino en la sencillez de un pequeño niño envuelto en pañales y en un humilde establo de Belén.

Hoy el Evangelio nos presenta la figura de Isabel, que quedó llena del Espíritu Santo al recibir a María y con ella la presencia del Mesías Salvador (Lc 1,39-45) Así debemos preparar nuestro corazón para quedar nosotros también llenos del Espíritu Santo con la llegada de Jesús. Dejemos que este pasaje haga mella en nuestro corazón y compartamos el gozo con Isabel por la llegada próxima del Emmanuel. María, que acaba de recibir del ángel la trascendental noticia de su maternidad divina, corre presurosa, por la montaña, a casa de Isabel, a ofrecerle su ayuda en la espera de su hijo. Llena de Dios y a la vez servicial para con los demás. María es portadora en su seno del Salvador, ella es el Arca de la Alianza, y es por tanto misionera: la Buena Noticia la comunica con su misma presencia y llena de alegría a Isabel y al hijo que salta de gozo en sus entrañas, quedando llena del Espíritu Santo.

Es significativo por demás el encuentro de Isabel y María, dos mujeres sencillas del pueblo, que han sido agraciadas por Dios con una inesperada maternidad y se muestran totalmente disponibles a su voluntad. Son un hermoso símbolo del encuentro del Antiguo y del Nuevo Testamento, de los tiempos de la espera y de la plenitud de la venida, del gozo del Espíritu. El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. La presencia del Espíritu Santo en Isabel se traduce en un grito poderoso y profético: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa la que ha creído que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor!» (1,42-45). Dejémonos llenar por el Espíritu Santo con la llegada de Jesús gracias al «sí» de María y con entusiasmo sigamos caminando en nuestra condición de discípulos–misioneros del Salvador que ya llega. ¡Bendecido lunes!

Padre Alfredo.

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