Yo recuerdo hoy esta misión de la que hablo porque en aquel pueblo lejano conocí a una jovencita ciega de Misa diaria y de una alegría desbordante. Me he querido acordar de su nombre y no me viene, pues no fueron muchas las veces que me tocó visitar la misión. En el pasaje de hoy, los dos ciegos le dicen a Jesús: «¡Hijo de David, compadécete de nosotros!» y pienso en la ceguera no sólo física, sino sobre todo espiritual que aquellos dos tendrían. Aquella cieguita de Bahía Asunción se sentía tan querida y estaba tan llena de fe, que su presencia en el Templo, en las diferentes celebraciones era admirable, lo mismo su buen humor y su sonrisa que no se borraba de su rostro a lo largo del día dentro y fuera del Templo. Y leyendo este pasaje bíblico he pensado en tanta gente que «ve» pero que en realidad «no ve nada» porque no tiene la fe de esta jovencita siempre agradecida con Dios por su familia, por sus amigos y por la comunidad eclesial que la abrazaba. Aquella jovencita veía y seguramente sigue viendo la vida con ojos de fe, aunque le falta la vista material que no le arrebata su felicidad porque está llena de Dios. Ella veía el bien y su fecundidad en medio de tantas tinieblas de los que parece que ven pero que están cegados por el egoísmo y la vanidad de un mundo materialista que es atrapante.
En cada Misa —incluso por los medios virtuales como acontece para muchos en esta pandemia— nosotros también le pedimos al Señor, como aquellos dos ciegos del relato evangélico, que tenga piedad de nosotros. Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos hayan sido curados físicamente. No sé cual haya sido el pasado de aquella chica de Bahía Asunción y no se que será de ella hoy. Me apena no recordar su nombre, pero, han pasado los años y yo sigo viendo su sonrisa y su amor a la Iglesia, a su comunidad, a la vida que palpaba, según veía yo, con los ojos de la fe. El Adviento nos invita a abrir los ojos de la fe, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros. Sigamos el camino del Adviento con María y pidamos ver con los ojos de la fe. ¡Bendecido viernes!
Padre Alfredo.
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