viernes, 4 de diciembre de 2020

«La ceguera espiritual»... Un pequeño pensamiento para hoy


Durante 5 años, por un contrato que así se hizo, los Misioneros de Cristo tuvimos una misión en un lugar de la Baja California llamado «Bahía Asunción». La misión era un lugar hermoso, con una pequeña comunidad muy fervorosa en ese lugar muy alejado al que solamente se llegaba por un largo camino de terracería. Guardo gratos recuerdos de los diversos momentos que pasé en esa bellísima comunidad a la orilla del mar en el que había focas, delfines y ballenas que atraían nuestra atención y que la gente del lugar veía tan ordinario como el comer tacos de langosta y tamales de caracol. Hoy me ha venido a la mente el recuerdo de aquello tiempos al leer el Evangelio que la Liturgia de la Palabra presenta para el día de hoy. El pasaje es el de la curación de Jesús a dos hombres ciegos que gracias a un milagro, recobran la vista (Mt 9,27-31). Es raro ver a dos invidentes ir detrás de una persona, pero la necesidad que ellos tenían de recuperar su visión pudo más que sus limitaciones. Sin embargo, Jesús no obra la señal a la vista de todos porque sus milagros no son publicidad, son curación desde el interior de la persona, de tal manera que muchos ciegos no eran curados físicamente por Jesús pero seguramente sí espiritualmente.

Yo recuerdo hoy esta misión de la que hablo porque en aquel pueblo lejano conocí a una jovencita ciega de Misa diaria y de una alegría desbordante. Me he querido acordar de su nombre y no me viene, pues no fueron muchas las veces que me tocó visitar la misión. En el pasaje de hoy, los dos ciegos le dicen a Jesús: «¡Hijo de David, compadécete de nosotros!» y pienso en la ceguera no sólo física, sino sobre todo espiritual que aquellos dos tendrían. Aquella cieguita de Bahía Asunción se sentía tan querida y estaba tan llena de fe, que su presencia en el Templo, en las diferentes celebraciones era admirable, lo mismo su buen humor y su sonrisa que no se borraba de su rostro a lo largo del día dentro y fuera del Templo. Y leyendo este pasaje bíblico he pensado en tanta gente que «ve» pero que en realidad «no ve nada» porque no tiene la fe de esta jovencita siempre agradecida con Dios por su familia, por sus amigos y por la comunidad eclesial que la abrazaba. Aquella jovencita veía y seguramente sigue viendo la vida con ojos de fe, aunque le falta la vista material que no le arrebata su felicidad porque está llena de Dios. Ella veía el bien y su fecundidad en medio de tantas tinieblas de los que parece que ven pero que están cegados por el egoísmo y la vanidad de un mundo materialista que es atrapante. 

En cada Misa —incluso por los medios virtuales como acontece para muchos en esta pandemia— nosotros también le pedimos al Señor, como aquellos dos ciegos del relato evangélico, que tenga piedad de nosotros. Cuántas personas están ahora mismo clamando desde su interior, esperando un Salvador que no saben bien quién es: y lo hacen desde la pobreza y el hambre, la soledad y la enfermedad, la injusticia y la guerra. Los dos ciegos tienen muchos imitadores, aunque no todos hayan sido curados físicamente. No sé cual haya sido el pasado de aquella chica de Bahía Asunción y no se que será de ella hoy. Me apena no recordar su nombre, pero, han pasado los años y yo sigo viendo su sonrisa y su amor a la Iglesia, a su comunidad, a la vida que palpaba, según veía yo, con los ojos de la fe. El Adviento nos invita a abrir los ojos de la fe, a esperar, a permanecer en búsqueda continua, a decir desde lo hondo de nuestro ser «ven, Señor Jesús», a dejarnos salvar y a salir al encuentro del verdadero Salvador, que es Cristo Jesús. Sea cual sea nuestra situación personal y comunitaria, Dios nos alarga su mano y nos invita a la esperanza, porque nos asegura que él está con nosotros. Sigamos el camino del Adviento con María y pidamos ver con los ojos de la fe. ¡Bendecido viernes!

Padre Alfredo.

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