Hoy la Iglesia celebra a santa Marta, patrona de las cocineras, de los imposibles, de las trabajadoras domésticas, de las casas de huéspedes, de los hoteleros, de las lavanderas, de todas las amas de casa y de las hermanas de la caridad. Esta discípula–misionera de Jesús es invocada por mucha gente para pedir su protección ante las cosas urgentes y difíciles, ya que el Evangelio nos dice que fue a través de sus súplicas que obtuvo la resurrección de su hermano Lázaro. Esta santa mujer, que según nos narra el Evangelio de hoy (Lc 10,38-42) mostró un gran afán de servicio, es también implorada para que ayude a los fieles a desempeñar sus deberes cristianos con diligencia y responsabilidad. La celebración de la memoria de santa Marta data del siglo XIII, cuando los franciscanos, custodios de los santos lugares de tierra santa, la introdujeron en el calendario de la iglesia, tal vez impresionados por las ruinas de la basílica cristiana que se levantaba sobre el supuesto lugar de residencia de esta familia de hermanos amigos de Jesús.
En el pasaje evangélico de hoy, ciertamente que Jesús alaba a María y considera que ha escogido la mejor parte porque escuchaba su palabra: «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen». Por su parte, si vemos detenidamente el pasaje, nos damos cuenta de que a Marta no le reprocha el Señor que se dedique a servir —entre otras cosas porque el servicio es la señal de que alguien ha escuchado de verdad la palabra— sino que la encuentra «inquieta y nerviosa», con muchas cosas que hacer y que hacen que olvide, por aquel momento, dónde está el centro. La contraposición entre las dos hermana se establece, pues, entre una vida centrada y una vida descentrada, no entre una vida contemplativa y una vida activa, porque la vida activa y la vida contemplativa han de complementarse. La beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento decía que ella quería fundir a Marta y a María en una sola en su obra misionera. Marta acentúa la acogida de Jesús a través del trabajo y la actividad para que esté a gusto y sienta aquel hogar confortable, mientras que María representa la acogida a través de la relación y el estar juntos. No son, como digo, cosas opuestas; todo eso es necesario en la vida, en nuestras vidas de discípulos–misioneros.
Muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo vivimos hoy —a pesar de la pachorra que la pandemia pudiera sugerir —un estilo de vida «inquieto y nervioso», que hace ir deprisa a todas partes, incluso con el puro pensamiento, sin saber exactamente por qué y para qué, casi como huyendo del presente que se esfuma. ¿No será éste un síntoma de descentramiento? El relato de Lucas no lo dice expresamente, pero es probable que, después de las palabras de Jesús, Marta viera las cosas de otra manera. Por lo menos así lo creo yo. Hoy, en medio de esta situación tan fuera de lo común que estamos viviendo en la humanidad ante la Covid-19, me viene terminar la reflexión con una oración que encontré por allí: «Señor Jesús, tú aceptaste la hospitalidad de Marta y sus hermanos; tú encontraste en su hogar y en sus corazones descanso y amistad; tú experimentaste cuán distintos somos los mortales en la comprensión y acogida de nuestros semejantes. Concédenos fina sensibilidad para estar abiertos a los otros y descubrir en ellos tu propio rostro. Amén.» Y que santa Marta y la Santísima Virgen, tan acogedora como Marta y tan atenta a la Palabra como María, nos ayuden a no perder el centro de nuestras vidas. ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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