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Alrededor de los 12 años recibió la primera comunión y, con ella, se inició su itinerario espiritual colaborando en la parroquia como catequista de los niños, visitando a los enfermos y ocupándose también de mantener aseada la capilla. A ello añadía las tareas del hogar, que atendía ayudando a su madre. Pero ésta murió en 1886, y Amabile, que ya pensaba en la vida religiosa, se encontró con la enorme responsabilidad de cuidar a sus doce hermanos. Cuando su padre contrajo segundas nupcias tuvo vía libre para cumplir su anhelo. En 1890, junto a otra amiga que solía visitar enfermos como ella, inició una vida en común de acuerdo con el padre Rossi que asumía la dirección espiritual de ambas. Adquirieron una casa en Nueva Trento y se trazaron un sencillo programa espiritual. Fue allí donde cobijaron y asistieron a la enferma de cáncer. El grupo de mujeres creció movido por la virtud que apreciaban en Amabile, y el padre Rossi y ella juzgaron que era el momento de instituir una Congregación. Tres de sus integrantes, incluida la santa, profesaron en 1895 y ésta tomó el nombre religioso con el que pasaría a la posteridad. Su más preciado anhelo era que Dios «fuera conocido, amado y adorado por todos en todo el mundo»; junto a él le preocupaba la pervivencia de la fundación. Pasó el resto de su vida sin notoriedad alguna, orando, llena de fe y de confianza en Dios, sostenida por la Eucaristía.
Sor Paulina era diabética, y a partir de 1938 la enfermedad comenzó a recrudecerse después de lesionarse uno de los dedos de la mano cuando cortaba leña. Se gangrenó y se lo amputaron, pero la necrosis seguía invadiendo el brazo y en una segunda intervención quirúrgica hubo que cercenar su mano y en una tercera operación seccionaron su brazo derecho. Finalmente, quedó ciega. El 12 de julio de 1940 redactó su testamento espiritual. Lo que decía era fruto de su experiencia: «Sean muy humildes. Confíen siempre y mucho en la Divina Providencia; nunca, jamás, se desanimen, aunque vengan vientos contrarios. Nuevamente les digo: Confíen en Dios y en María Inmaculada; manténganse firmes y ¡adelante!». Murió en Ipiranga el 9 de julio de 1942 diciendo: «Hágase la voluntad de Dios”. Larga historia de una santa para la mayoría de nosotros desconocida, pero son los santos, como santa Paulina, quienes van haciendo vida el Evangelio. Hoy precisamente, en la perícopa evangélica de la liturgia de la palabra, Jesús dice expresamente: «Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios...» Sí, como vemos, nos queda mucho por hacer, que esta santa virgen y fundadora y María Santísima, nos ayuden a dar lo que gratuitamente hemos recibido del Señor haciéndole presente en el mundo. ¡Bendecido jueves eucarístico y sacerdotal!
Padre Alfredo.
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