martes, 21 de julio de 2020

«Mi madre y mis hermanos»... Un pequeño pensamiento para hoy

El episodio que nos narra el Evangelio de hoy (Mt 12,46-50) es sumamente sencillo: María, la Madre de Jesús y sus parientes quieren saludarle, y alguien se lo viene a decir. Jesús, quien, seguramente, luego les atendería con toda amabilidad, aprovecha la ocasión para anunciarnos el nuevo concepto de familia que se va a establecer en torno a él. No van a ser decisivos los vínculos de la sangre: «Pues todo el que cumple la voluntad de mi padre, que está en los cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre». ¡Qué extraordinaria revelación! El discípulo es «un pariente de Jesús». Jesús ofrece a los hombres la cálida intimidad de su familia. Entre Dios y los hombres ya no hay sólo relaciones frías de obediencia y sumisión como entre un amo y los subalternos. No, con Jesús entramos en la familia divina, como sus hermanos y hermanas, como su madre. Una nueva relación familiar se instaura... millones de hermanos de todo el mundo. Y es cierto que un verdadero intercambio de corazón a corazón entre «hermanos y hermanas de Jesús» puede a menudo ser más rico y más fuerte, que entre parientes según la carne. Es un gran mensaje y una verdadera revolución para la humanidad.

Nos debe quedar muy claro que en este pasaje del Evangelio Jesús no niega los valores de la familia humana. Pero es que aquí quiere él subrayar que la Iglesia es suprarracial, no limitada a un pueblo, como el antiguo Israel. La familia de los creyentes no se va a fundar en criterios de sangre o de raza. Los que creen en Jesús y cumplen la voluntad de su Padre, ésos son su nueva familia. Incluso a veces, si hay oposición, Jesús nos enseñará a renunciar a la familia y seguirle, a amarle a él más que a nuestros propios padres y hermanos. Jesús habla aquí de nosotros, los que pertenecemos a su familia por la fe, por el Bautismo, los que somos sus discípulos–misioneros por nuestra inserción en su comunidad. Eso son nuestro mayor titulo de honor, pero pertenecer a la Iglesia de Jesús, sólo como afiliados a un club, no es garantía última, ni la prueba de toque de que, en verdad, seamos «hermanos y madre» de Jesús. Dependerá de si cumplimos o no la voluntad del Padre. La fe tiene consecuencias en la vida. Los sacramentos, y en particular la Eucaristía, piden coherencia en la conducta de cada día, para que podamos ser reconocidos como verdaderos seguidores y familiares de Jesús.

Hoy celebramos a san Lorenzo de Brindisi, presbítero y doctor de la Iglesia, de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, un predicador incansable por varias naciones de Europa, que de carácter sencillo y humilde, cumplió fielmente todas las misiones que se le encomendaron, sobre todo el de ir haciendo de la Iglesia, una gran familia. En 1596, pasó a Roma a ejercer el cargo de definidor de su orden, y el Papa Clemente VIII le pidió que trabajase especialmente por la conversión de los judíos. Tuvo en ello gran éxito, ya que a su erudición y santidad de vida unía un profundo conocimiento del hebreo. La historia de su vida cuenta que un sacerdote le preguntó una vez: «Fray Lorenzo, ¿a qué se debe su facilidad para predicar? ¿A su formidable memoria?» Y él respondió: «En buena parte se debe a mi buena memoria. En otra buena parte a que dedico muchas horas a prepararme. Pero la causa principal es que encomiendo mucho a Dios mis predicaciones, y cuando empiezo a predicar se me olvida todo el plan que tenía y empiezo a hablar como si estuviera leyendo en un libro misterioso venido del cielo». Lorenzo se sabía familiar del Señor, como María, la Madre, que entra en pleno en esta nueva definición de familia, porque ella sí supo decir —y luego cumplir— aquello de «hágase en mi según tu palabra». Aceptó la voluntad de Dios en su vida. Es el mejor modelo para nosotros los creyentes. ¡Bendecido martes!

Padre Alfredo.

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