El Evangelio de hoy (Mt 9,1-8) es una muestra de la misericordia del Salvador en dos aspectos al mismo tiempo: ante la enfermedad del cuerpo y ante la del alma. Y, puesto que el alma es más importante, Jesús comienza por ella. Sabe que el enfermo está arrepentido de sus culpas, ve su fe y la de quienes le llevan, y dice: «Ten confianza, hijo. Se te perdonan tus pecados» (Mt 9,2). Y es que Jesús sabe que es precisamente esto lo que más agradecerá aquel paralítico, que, probablemente, al verse ante la santidad de Jesucristo, experimentaría confusión y vergüenza por las propias culpas, con un cierto temor a que fueran impedimento para la concesión de la salud. El Señor quiere tranquilizarlo. No le importa que los maestros de la Ley murmuren en sus corazones. Más aun, forma parte de su mensaje mostrar que ha venido a ejercer la misericordia con los pecadores, y ahora lo quiere proclamar ante la comunidad que está presente y que es partícipe de aquella acción misericordiosa.
Pero no toda la comunidad se alegra, porque quienes, cegados por el orgullo se tienen por justos, no aceptan la llamada de Jesús; en cambio, le acogen los que sinceramente se consideran pecadores. Ante ellos Dios se abaja perdonándolos. Como dice san Agustín, «es una gran miseria el hombre orgulloso, pero más grande es la misericordia de Dios humilde». Y, en este caso, la misericordia divina todavía va más allá: como complemento del perdón le devuelve la salud física: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mt 9,6). Jesús quiere que el gozo del pecador convertido sea completo. Que hermoso es palpar la importancia de la comunidad en el proceso de conversión. Aquel hombre, por sí solo, no podía llega hasta Jesús. Son sus amigos, quienes han hecho posible que tuviera este encuentro con el Mesías. Cada uno de nosotros puede ser el instrumento para llevar a Jesús a aquellos que están impedidos para hacerlo. En medio de esta pandemia nos encontramos seguramente con hermanos que debido a una falta de formación religiosa o a experiencias negativas en su vida de fe, se encuentran «inválidos», de manera que no pueden caminar hacia una conversión profunda. Invitarlos con frecuencia a nuestras reuniones de oración en Facebook, a nuestros grupos de Zoom, a un retiro virtual en Youtube, a una plática religiosa en WhatsApp, a una misa virtual... en una palabra, a facilitarles el camino hacia Jesús, es mostrarnos verdaderamente como amigos, como hermanos, como apóstoles en el sentido auténtico de la palabra. Sabemos que no hay una experiencia más gratificante que el llevar a una persona al encuentro de Jesús.
Pero no olvidemos que al invitar a los hermanos al encuentro del Señor hay una manera que no debemos nunca descuidar, y es la oración por el otro; el pedirle a Dios por la conversión del que se ha descarriado, del que no tiene fe o la ha perdido. Es la vieja fórmula: «A Dios rogando y con el mazo dando». O lo que es lo mismo, acción y contemplación. Una de las santas que se celebran el día de hoy es santa Monegunda —ya sé que es un nombre extraño para nosotros—. En Tours, de Neustria —territorio que comprendía la región noroeste de la actual Francia—, esta mujer buscó consagrarse a Dios, dejando patria y parientes, para entregarse únicamente a la oración como eremita y gracias a su testimonio otras mujeres hicieron lo mismo. Monegunda murió en el año 570 después de una vida de entrega total al Señor. Pero también hoy se celebra, entre otros, a san Bernardino Realino, un sacerdote de la Compañía de Jesús, ilustre por su caridad y su benignidad, que, despreciando los honores del mundo, se entregó al cuidado pastoral de los presos y de los enfermos, y al ministerio de la palabra y del sacramento de la penitencia. Así, como vemos, cada uno va encontrando su lugar en la comunidad como discípulo–misionero para acercar a todos a Dios. Pidámosle a María Santísima, perseverante en la primera comunidad de creyentes, que ella nos ayude a encontrar nuestra tarea y nuestra misión de ayudar a otros a encontrarse con el Señor. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!
Padre Alfredo.
P.D. Les comparto una gran alegría. Tengo un nuevo sobrino nieto, hijo de mi sobrina Irina y su esposo Pablo. Acaba de nacer y llevará el nombre de Juan Pablo. Lo encomiendo a sus oraciones junto con sus papás.
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