jueves, 30 de julio de 2020

«La red y los pescadores»... Un pequeño pensamiento para hoy


Dos veces en mi vida, he tenido la experiencia de estar muy cerca de pescadores, y ha sido, inexcusablemente, en dos de las misiones que hemos emprendido los Misioneros de Cristo. La primera experiencia cercana fue en Bahía Asunción, en la península de la Baja California en donde tuvimos encomendada una bellísima misión por cinco años; la otra fue en África, al acercarme a los pescadores de Mange —en el río— y de Lunghi —en la playa. Tanto en la Baja California como en África, pude ver el proceso de separación de los peces como dice el Evangelio de hoy. Los pescadores, a su estilo en cada nación pero con mucha similitud, recogen de toda clase de peces; y una vez llena la red, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo lo echan fuera; luego la gente se acerca a hacer sus compras de pescado fresco. Así que Jesús, tomaba las escenas de la vida diaria para llevar la Buena Nueva a las gentes y así, creo yo, las podemos seguir tomando nosotros. ¡Qué sencillo resulta captar y explicar el Evangelio cuando el contexto ayuda! El relato evangélico de este día cierra el apartado de san Mateo donde Jesús habla en parábolas, y lo hace precisamente con este tema de los pescadores. Jesús enseña con esta parábola de la gran red (Mt 13,47-53). El arte de pesca a que se refiere el texto de la parábola estaba constituido por una red de arrastre que se remolcaba entre dos barcas desde el mar hasta la orilla y una vez en la costa se tiraba de ella mediante largas cuerdas.

Esta forma de pescar era habitual en el mar de Galilea —también llamado lago de Genesaret o de Tiberíades— aunque existían asimismo otros métodos que todavía se vienen practicando en la actualidad. El mar de Galilea goza —incluso en el presente— de cierta fama por la diversidad de peces que posee —24 especies diversas— en función de su tamaño, ya que se trata en realidad de un lago interior de agua dulce con unas dimensiones aproximadas de diez por veinte kilómetros que es, por otra parte, un lago bellísimo. En el Antiguo Testamento existían reglamentaciones acerca de los peces comestibles y de los que se debían desechar. Aquellos que tenían escamas y aletas eran considerados limpios y, por tanto, se podían comer (Lv 11,9-12; Dt 14,9-10); sin embargo, los que carecían de tales estructuras, como las anguilas, eran «inmundos» y había que arrojarlos de nuevo al mar. La comparación con el Reino de los cielos es muy exacta, porque si las redes de los pescadores pueden atrapar cualquier clase de peces, así es el Reino. Atrae por igual a gente honesta con buenos propósitos y a gente manipuladora y oportunista. Sin embargo, la lógica misma del Reino hace que unos se diferencien radicalmente de los otros.

El día de hoy celebramos a santa María de Jesús Sacramentado Venegas. Nació en Zapotlanejo, Jalisco el 8 de setiembre de 1868 y desarrolló durante su juventud un estilo de vida que la acercó a la plena consagración al Señor. En 1905 asistió, en Guadalajara, a una jornada de ejercicios espirituales donde aceptó dócilmente ser sierva del Señor, ingresando luego a un instituto religioso que recién se había creado, las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús, fundada por el canónigo Atenógenes Silva para atender a los enfermos abandonados y a los menesterosos. En 1921 se realizaron las primeras elecciones, siendo entonces electa superiora general. De 1926 a 1929, durante la crudelísima persecución religiosa, mantuvo con firmeza la vida espiritual y la disciplina del instituto y redactó las constituciones. El 8 de setiembre de 1930, fiesta de la Natividad de María, ella y las hermanas elegidas, formularon sus votos perpetuos; su nombre, Natividad —por eso es conocida por muchos como «la madre Nati»—, lo cambió por el de María de Jesús Sacramentado. Durante 33 años, hasta 1954, fecha en que dejó la dirección a ella confiada, fundó dieciséis casas para atender enfermos y ancianos desvalidos. Fue como los peces buenos de la pesca. Los últimos años de su vida, marcados por la enfermedad y decrepitud, dio ejemplo de abnegación y entereza. Murió en Guadalajara el 30 de julio de 1959, cuando contaba con 91 años de edad en el hospital del Sagrado Corazón de Guadalajara donde se guardan sus restos. Que ella y María Santísima intercedan por nosotros y que las parábolas de Jesús dejen algo claro en nuestro corazón: El Reino de los cielos es para nosotros. ¡Bendecido jueves sacerdotal y eucarístico!

Padre Alfredo.

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