Quiero compartir, en unas cuantas líneas, algo de la vida ejemplar de una religiosa que conocí hace muchos años y con la que seguí teniendo contacto hasta unos meses antes de que Nuestro Señor la llamara a la Casa del Padre. Hablo de la hermana María Luisa de Ávila Aguilar.
María Luisa nació en Ciudad Delicias, Chihuahua, México, el 4 de agosto de 1936. Allí creció y vivió hasta que ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 12 de mayo de 1959. Inició su formación religiosa como postulante en la Casa Madre y allí mismo empezó su etapa de novicia el 7 de febrero de 1960. Nuestra Beata Madre Fundadora, María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, presidió, el 5 de febrero de 1962, su profesión temporal, y el 12 de julio de 1967, sus votos perpetuos.
Durante sus primeros años de vida religiosa, la hermana María Luisa estuvo en la Casa Madre y en 1963, recibió su primer cambio a la casa de Monterrey, donde inició su labor apostólica como maestra. En 1968, fue enviada a Huatabampo, para colaborar, siempre en su condición de maestra, en el Colegio Sonora. De 1974 a 1998, radicó casi ininterrumpidamente en Monterrey, con periodos de un ciclo escolar en Huatabampo y en la comunidad de Guadalajara. En esta etapa es donde yo la conocí más o menos en 1978 cuando formaba yo parte del grupo de Van-Clar. Desde entonces nos vimos con relativa frecuencia, como digo, hasta meses antes de que falleciera. La recuerdo mucho, siempre con su sonrisa y una finura religiosa muy especial. La veía participar en Misa con devoción y acercarse con gusto al sacramento de la reconciliación. Siempre tenía una plática muy amena y llena de cultura.
En 1998 fue destinada a la comunidad de Mazatán, Chiapas, donde realizó trabajo de pastoral y catequesis infantil. Del año 2001 al 2009, colaboró en la misión de La Florecilla, como catequista y maestra. En el 2009 recibió su cambio a la comunidad de La Villa, en la Ciudad de México, hasta el 2012, año en que llegó a la comunidad de Guadalajara.
Recuerdo a la hermana María Luisa, siempre alegre. Era una religiosa muy generosa, responsable y diligente que trabajaba con empeño por cumplir las tareas que se le asignaban, tanto en casa como en el apostolado. En las labores ordinarias de casa era muy limpia y ordenada, realizando toda clase de tareas con responsabilidad. Procuraba enseñar y acompañar a las hermanas más jóvenes en las diferentes labores de casa, estando con ellas para orientarlas, siempre dispuesta a ayudarlas, y como se dice: «meter el hombro» cuando fuera necesario, para que las nuevas generaciones también pudieran sacar adelante sus estudios y otros apostolados.
Era una mujer noble y de gran corazón. En su apostolado como maestra, fue muy entregada en la formación de la niñez, siendo grandemente valorada y querida por padres de familia y alumnos, en particular en el colegio de Monterrey, donde colaboró muchos años. En este apostolado, también apoyó a las hermanas que iban aprendiendo, enseñándolas a preparar sus clases y ayudándolas a estudiar y realizar sus tareas, siendo una gran hermana y compañera para ellas. Fue una incansable catequista y misionera, haciendo vida el lema de nuestra Familia Inesiana: «Urge que Cristo Reine», dedicando gran parte de su vida a formar a Cristo en sus alumnos.
La hermana María Luisa, desde hace varios años, padecía diabetes, hipertensión y arritmia cardiaca, siendo atendida con esmero y cariño por las hermanas de la Casa del Tesoro, donde pasó sus últimos años con los cuidados necesarios.
Sus últimos días de vida, presentó mayor malestar que de costumbre y se le veía más cansada, por lo que las hermanas le administraron oxígeno. Se recuperó, sin presentar otras complicaciones. En la madrugada del sábado 11 de julio de 2020, hacia las tres de la mañana, comenzó a estar nuevamente delicada, se le atendió rápidamente y al ver que su corazón se iba debilitando más —pues el índice de oxígeno bajaba apresuradamente— las hermanas llamaron a una ambulancia para trasladarla al hospital, mientras la comunidad se reunía en torno suyo para acompañarla. Poco a poco, el aceite de su lámpara se fue apagando, hasta que se consumió por completo en el altar. El diagnóstico de su fallecimiento: choque cardiogénico e infarto agudo del miocardio.
El cristiano está llamado a creer, afirmar y enseñar que para él la muerte no es muerte, no es un final, sino que la muerte física es el inicio de una vida nueva que no terminará nunca y la hermana María Luisa seguriá siendo, seguramente, la estrellita que guíe a muchas almas que guardarán un recuerdo de su maestra.
Damos gracias a Dios por vidas consagradas como la de la hermana María Luisa, que se van gastando y desgastando en la tarea de una vida que, con sencillez y alegría, va realizando los anhelos y esfuerzos misioneros, dedicados, en ella, especialmente a la educación y ofrecidos durante su vida, por la salvación de las almas.
Descanse en paz la hermana María Luisa de Ávila Aguilar.
Padre Alfredo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario