Ya tengo varios meses, en el marco de esta pandemia, que he estado rezando a diario el Santo Rosario por Facebook a las nueve de la noche hora de Monterrey. Ha pasado tiempo y sigo reconociendo que no es fácil dirigirse a una cámara de computadora e imaginar que detrás hay cientos de gente a quienes no veo ni escucho, rezando con mi madre y conmigo esta oración hermosísima que nos llena de esperanza, fortalece nuestra fe y nos alienta a seguir ejerciendo la caridad. De alguna manera nos sentimos «convocados» como los apóstoles a formar comunidad con Jesús y su Madre Santísima. Hoy el Evangelio (Mt 10,7-15) nos habla precisamente del momento en el que Jesús llama a sus Apóstoles y los envía a proclamar el Reino de los cielos. El texto nos muestra de una manera muy sencilla la actitud del Maestro eligiendo a unas personas para que sean sus discípulos preferentes; la concesión de poderes especiales para el servicio a la verdad y a la caridad que les otorga; la atención primera a los hijos de Israel; y después, la mirada universal de la misión salvífica.
El Concilio Vaticano II en el documento Ad gentes nos recuerda que «la Iglesia peregrina es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre» (Vat II:A.G. 2). Entre aquellos doce que Jesús envió a misión, algunos están muy a la vista —Pedro, por ejemplo—... y otros de los que no se sabe nada —como Judas Tadeo—... Y es que el Evangelio no se hizo para satisfacer nuestra curiosidad y comentarnos de lo que cada uno de los Apóstoles y discípulos hace. Lo importante es el «ser» llamados, más que el «hacer», porque el «hacer» lo tendrá que realizar cada uno a su manera. Es como el rezo del Rosario de nuestras noches al que vuelvo ahora. Yo no veo más que los nombres de quienes se van conectando y uno que otro comentario pero no se cuál es el «quehacer» de cada uno de los que hemos sido convocados por Jesús. Jesús, sin prisas, da una consigna limitada: hay que hacer «lo que se puede hacer» hoy, en la certeza que Dios llamará a todos en otra fase del trabajo misionero. El mismo Jesús, durante su vida humana, se limitó a lo que podía hacer: dirigirse a las «ovejas perdidas de la casa de Israel».
Entre los santos que la Iglesia recuerda hoy se encuentran Aquila y Priscila, esos grandes colaboradores de los que nos hablan el libro de los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 18 y la Carta a los Romanos en el capítulo 16. Poco sabemos de lo que ellos hicieron, terminaron de formar a Apolo en la fe y no sé que más, pero, lo más importante, no es eso, sino que se supieron convocados por el Señor como nosotros nos sentimos. Las condiciones de cómo pudieron ellos evangelizar las marcó la época, como la época de Cristo; las condiciones de cómo podemos evangelizar nosotros, nos la está marcando esta época de esta despiadada pandemia del coronavirus Covid-19. Lo más importante es que «somos» convocados y «somos» enviados por Cristo, el cómo hagamos, depende de lo que cada uno tiene a su alcance, como los que nos reunimos todos los días a las 9 de la noche a rezar el Rosario... Una oración por el enfermo, una ayuda al vecino que está solo, un envío de comida al que sabemos que necesita, una llamada telefónica para alentar al que está enfermo... en fin, el «hacer» será diverso, pero deberá siempre ser reflejo del «ser». Que María Santísima que se supo siempre llamada y enviada nos ayude. Ella nos dirá como en Caná: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,25). ¡Bendecido miércoles!
Padre Alfredo.
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