Hoy es la fiesta de la Virgen del Carmen. Esta conmemoración es una de las celebraciones marianas más populares y más queridas en el pueblo de Dios. Casi espontáneamente nos traslada a la tierra de la Biblia, donde en el siglo XII un grupo de ermitaños comenzó a venerar a la Virgen en las laderas de la cordillera del Monte Carmelo, que tengo la dicha de conocer. De este pequeño grupo de hermanos, reunidos junto a la fuente de Elías, nacerá lo que hoy es la Orden de los Carmelitas, consagrada a la Virgen del Monte Carmelo, Madre del Señor. En la Escritura se hace referencia muchas veces a la vegetación exuberante del sagrado monte del Carmelo (cf. Is 35,2; Cant 7,6; Am1,2), ligado desde antiguo a la experiencia de Dios a través de la vida y el ministerio del profeta Elías (1Re 18,19-46). La frondosidad y la belleza del Carmelo evocaban aquella otra belleza que adornó siempre a María: su docilidad a la palabra de Dios, su oración callada y su fe inquebrantable. A ella se le pueden aplicar con razón las palabras del profeta Isaías: «Le han dado la gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón» (Is 35,2).
El Evangelio de hoy (Mt 11,28-30), nos pone a Jesús hablándonos con sencillez y haciéndonos una invitación: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera» y yo me pregunto: ¿Quién de nosotros no está ahora cansado y agobiado en medio de esta adversa situación que vivimos por la pandemia de este coronavirus que parece haberse querido instalar en nuestro mundo? Jesús nos invita a ir a Él y si lo vemos en la imagen de Nuestra Señora del Carmen lo vemos en brazos de su Madre en donde también nosotros encontraremos paz y tranquilidad. El escapulario de la Virgen del Carmen nos recuerda que María acompaña a los discípulos–misioneros de su Hijo, que anuncian la salvación en tierras de misión y desde las redes sociales, como ahora lo hacemos nosotros en esta dura realidad. Ella acompaña a cuantos dan testimonio del Evangelio en medio de este descreído mundo de nuestra sociedad materialista y enferma no solo de Covid-19, sino de egoísmo, envidia, soberbia y no sé cuántas cosas más.
Yo les invito a mirar detenidamente la imagen de Jesús Niño en brazos de Nuestra Señora del Carmen deteniéndonos especialmente en su rostro, feliz en el regazo mariano y como diciéndonos: «Yo less daré respiro»... «les procuraré una pausa»... «para que su carga sea más llevadera». Y les invito a que junto a María, a Nuestra Señora del Carmen le digamos al Señor: «Oh, Dios todopoderoso y eterno, alivio en la fatiga, fortaleza en la debilidad; de Ti todas las criaturas reciben aliento y vida. Venimos a Ti para invocar tu misericordia porque hoy conocemos de nuevo la fragilidad de nuestra condición humana al vivir la experiencia de una nueva epidemia viral. Te confiamos a los enfermos y sus familias, sana su cuerpo, mente y espíritu. Ayuda a todos los miembros de la sociedad a hacer lo que deben y a reforzar el espíritu de caridad entre ellos. Cuida y conforta a los médicos y profesionales de la salud en el desempeño de su servicio. Tú que eres la fuente de todo bien, bendice con abundancia a la familia humana, aleja todo mal de nosotros y concede una fe firme a todos los cristianos. Libéranos de esta epidemia que nos golpea para que podamos volver en paz a nuestras ocupaciones habituales para así alabarte y darte gracias con un corazón renovado. En ti, Padre santo, confiamos y a ti dirigimos nuestra súplica porque tú eres el autor de la vida, con tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y en la unidad del Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. ¡María, Señora del Monte Carmelo, salud de los enfermos, ruega por nosotros! ¡Bendecido jueves!
Padre Alfredo.
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