Las dos primeras bienaventuranzas (Mt 5,1s): El ser pobre para «dejarse amar por Dios», y el ser «manso y humilde» para «dejar a Dios ser Dios» marcan siempre el hilo conductor de la vida de todo consagrado. Y la vida de la hermana María del Carmen Soledad Ruiz Pisil no es la excepción. Por eso quiero compartir ahora algunos rasgos de la vida de esta ejemplar mujer que al pasar por este mundo dejó las huellas de Cristo en lo que fue y en lo que hizo.
La hermana Carmen —como era conocida— nació en Puebla de los Ángeles, México el 29 de abril de 1933 y allí vivió su niñez y adolescencia. Ingresó a la congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento el 3 de octubre de 1952 iniciando su noviciado el 8 de abril de 1953 para irse formando en las virtudes de la vida consagrada. El 29 de mayo de 1955, se consagró a Dios temporalmente —como se acostumbra en los pasos de la vida consagrada— e hizo su profesión perpetua el 3 de diciembre de 1960 ante su fundadora la beata María Inés Teresa del Santísimo Sacramento, pues tuvo la dicha de que la beata estuviera presente en todas estas ceremonias de su vida consagrada.
Casi toda su vida religiosa la dedicó a la educación, pues estudió la Normal Primaria y la Normal Superior. Tenía muy marcado en su corazón el ideal de la beata María Inés: «Ver y formar a Cristo en el alumno» y formó muchas generaciones de niños y jóvenes durante su vida religiosa. Sus pininos en la educación los hizo en Ciudad de México, en la comunidad de Talara, en donde fue maestra de primaria. Después, en Cuernavaca, en la Casa Madre, fue maestra y directoria del colegio que en ese entonces tenía allí la congregación.
En 1964 recibió su cambio a Monterrey en donde en diversas épocas fue Directora y subdirectora del colegio Isabel la Católica. En 1970 regresó a Ciudad de México y en 1976 fue enviada a Huatabampo, Sonora como maestra y directoria del Colegio Sonora. De 1981 a 1991 realizó su misión en Monterrey, siempre en el campo educativo. Allí tuve la dicha de conocerla y de que me acompañara en mi camino como seminarista hasta el día de mi ordenación sacerdotal. Después la seguí viendo esporádicamente en mis viajes misioneros a los lugares en donde estaba, algunas veces dando Ejercicios Espirituales, celebrando la Misa o en confesiones y pláticas amenas. La recuerdo como una hermana muy sencilla, muy humilde y muy centrada en su vocación.
Después de esa época en Monterrey fue enviada a Mazatán, Chiapas, colaborando en el apostolado de la escuela de Catequesis de esa comunidad. Allí, mismo en el estado de Chiapas, fue maestra en la comunidad de La Florecilla de 1997 a 2006 formando muchas generaciones de niños de las etnias zotzil y tzental y jóvenes a quiens acompañó el la secundaria abierta dando asesoría. Se empeñó en enseñar español a niños y jóvenes dándoles herramientas para su futuro.
Después de esa época en Monterrey fue enviada a Mazatán, Chiapas, colaborando en el apostolado de la escuela de Catequesis de esa comunidad. Allí, mismo en el estado de Chiapas, fue maestra en la comunidad de La Florecilla de 1997 a 2006 formando muchas generaciones de niños de las etnias zotzil y tzental y jóvenes a quiens acompañó el la secundaria abierta dando asesoría. Se empeñó en enseñar español a niños y jóvenes dándoles herramientas para su futuro.
No solo estas gentes chiapanecas, sino muchos de sus alumnos y alumnas en diversas partes, la recuerdan con cariño y gratitud como una maestra buena, ejemplar e incansable que continuamente se esforzaba por dar lo mejor a sus alumnos.
El año 2007 lo pasó en la comunidad de La Villa, cerquita de la Basílica de Guadalupe con trabajo parroquial y del 2008 al 2012 vivió en Arandas, Jalisco colaborando en la catequesis y en diversas tareas parroquiales en donde su experiencia de vida y en el campo educativo, le dieron las herramientas necesarias para un trabajo apostólico muy fecundo. Finalmente, y luego de una vida gastada y desgastada en la misión, recibió su cambio a la Casa del Tesoro en Guadalajara.
Toda su vida fue una mujer muy responsable, eficiente, trabajadora, abnegada y llena de celo apostólico. Como persona era humilde y muy paciente, servicial y generosa. Después de su muerte una de las hermanas que había sido su superiora un buen tiempo, comentaba que se le veía por las noches hacer oración con mucha devoción y largo tiempo, pues ella sabía que, como dice la beata María Inés: «el alma de todo apostolado es el alma de oración; que a la oración están vinculadas las gracias de conversión, de regeneración, de perdón, de santidad».
Sus últimos años de vida estuvieron marcados por la hipertensión arterial, pero a principios de junio de 2019, manifestó un fuerte debilitamiento físico que la postró en cama hasta el grado de no poderse levantar, pues todo era gran esfuerzo y fatiga.
Las hermanas que la atendían comentan que fue una hermana muy agradecida, confiada, tranquila y llena de fe. Quienes la visitaban sentían su cariño y pudieron palpar cómo vivía de fe y les hacía sentirse queridos y contagiados de su fe y de su cariño a María Santísima, a quien siempre amó y no dejó nunca de invocar. En los últimos meses de su vida su salud fue disminuyendo notablemente hasta que el día 5 de agosto tranquila y serenamente entregó su alma al Creador.
Descanse en paz la hermana Carmen Ruiz Pisil.
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