La pandemia de la Covid-19 no debe hacernos abdicar de nuestra dignidad de hijos de Dios. Somos frágiles. Un virus puede diezmarnos y todos los días escuchamos estadísticas en las noticias, número y más números. Pero como discípulos–misioneros de Cristo nosotros creemos que el Padre de los cielos tiene cuidado de cada uno de nosotros. Para Él no somos cifras de una estadística que cambia día con día, sino hijos e hijas queridos hasta el último detalle en este mundo y para siempre en toda la eternidad. En el Evangelio de hoy (Mt 9,14-17) Jesús se queja de que los suyos, los cercanos, la gente de su tiempo, no le reconozcan y no quieran cambiar de vida. Y pone tres comparaciones: él es el novio o el esposo y, por tanto, deberían estar todos de fiesta, y no de luto o preparando algo que ya ha llegado; él es el traje nuevo, que no admite parches de tela vieja; él es el vino nuevo, que se estropea si se pone en odres viejos.
Creer en él y seguirle no significa cambiar unos pequeños detalles, poner unos remiendos nuevos a un traje viejo, ocultando sus roturas, o guardar el vino nuevo de la fe en los mismos odres en los que guardábamos el vino viejo del pecado. Lo nuevo es incompatible con lo viejo, nos viene a decir Jesús. Seguirle es cambiar el vestido entero, más aun, cambiar la mentalidad, no sólo el vestido exterior. Es tener un corazón nuevo. Seguir a Cristo afecta a toda nuestra vida, no sólo a unas oraciones o prácticas piadosas porque a Dios no le importa solamente una partecita de nosotros sino nuestra totalidad. Estamos viviendo unos días muy diferentes de lo que hasta ahora había sido nuestra existencia. Estamos ayunando no solamente de la Eucaristía celebrada en comunidad sino de muchas cosas más y hemos de darle a este ayuno el sentido que Cristo quiere que le demos para que nos sintamos de verdad elegidos y amados por él. El Reino de Dios lo reciben hombres y mujeres nuevos, que se hayan liberado del esquema simbólico que imperaba en el pueblo judío del tiempo de Jesús. Jesús se enfrenta a una sociedad apegada a lo viejo que no daba lugar al Espíritu, ya que la ley había absorbido la vida de todos. Ahora la propuesta de Jesús es dar tiempo al Espíritu para que el Reino sea una realidad de justicia, de amor y de paz y en medio de esta pandemia esos valores del Reino deben crecer.
Para entender y hacer vida todo esto referente al Reino, podemos refugiarnos en María, ella entendió perfectamente que con la llegada de su Hijo a este mundo todo se hacía nuevo y merecía odres nuevos para el vino nuevo. A ella nos encomendamos como Nuestra Señora del Refugio, Una de las advocaciones más veneradas de la Santísima Virgen, como Abogada, Auxiliadora y Mediadora ante Cristo Nuestro Señor, cuya fiesta se celebra hoy, pues fue un 4 de julio de 1719 cuando fue coronada con este título. La Virgen del Refugio se representa sentada y con el Niño de pie sobre su regazo es una Virgen llena de ternura que inclina su rostro hacia su Hijo, como invitándonos a nosotros también a dirigir nuestros ojos hacia Él, que todo lo hace nuevo y en la novedad del Reino de Dios, según el Espíritu, todo hay que interpretarlo desde las entrañas del Padre que envía a su Hijo para que vivamos en el Espíritu Santo. Nuestras pequeñeces de cada día adquieren ese valor de novedad si la grandeza del amor, de la caridad, de la solidaridad las envuelven. Refugiémonos en María y desde su corazón será fácil entender la novedad del Reino que su Hijo Jesús nos anuncia. ¡Bendecido sábado dedicado siempre a María!
Padre Alfredo.
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