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Santiago y Juan tuvieron que recibir una lección muy clara y dura por parte de Jesús. Ellos, convenciendo primero a su madre de que interviniera a su favor, pedían honores, y Jesús les predijo el martirio. Ellos querían mandar, y Jesús les exhortó al servicio humilde de los hermanos. Es ésta una lección perpetuamente válida en la Iglesia, no sólo para los que, continuando el ministerio apostólico, tienen cargos de dirección en la comunidad cristiana, sino también para todos, llamados igualmente al servicio recíproco. Jesús es consciente de que el ideal que él propone va contra las tendencias más innatas del espíritu humano, que impulsan a dominar a los demás, a utilizarlos y a ocupar sitios de honor. Por eso, después de recordar lo que acostumbra a pasar en las sociedades humanas, en las que predomina la prepotencia, la tiranía y el abuso de poder, dice con fuerza: «No será así entre ustedes», y formula un principio que debería guiar todas nuestras relaciones: «El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, que sea su esclavo».
Santiago y todos los demás apóstoles entendieron perfectamente la lección, e hicieron de sus vidas un servicio —un ministerio, como se dice en muchas partes— para la Iglesia y para toda la humanidad. Su autoridad no fue nunca de dominio sino de disponibilidad y de entrega amorosa, hasta saber dar su propia vida, siguiendo el ejemplo del mismo Cristo. Definitivamente Santiago fue un servidor, él dio su vida para dar vida. Y así siguió el camino de Jesucristo. Este es su ejemplo hoy vigente, plenamente vigente, para nosotros aún en medio de esta realidad que vivimos de encierro continuo en el que parece que es muy poco lo que se puede hacer. Todos aquellos que hoy celebramos su fiesta debemos pedirle que aprendamos a seguir su camino de fe, de servicio, de darse. Podemos aprovechar los medios que tenemos a nuestro alcance como las redes sociales y no un camino que no sería el suyo —que no sería el apostólico— de creernos mejores por el hecho de ser cristianos —que es gracia, no mérito—, y de quedarnos encerrados en nuestro mundo confortable en vez de anunciar nuestra fe, esperando un lugar especial olvidando que esta fe en Jesucristo se sigue dando y no exigiendo. Que María Santísima nos ayude y que Santiago Apóstol siga intercediendo por nosotros. ¡Bendecido sábado!
Padre Alfredo.
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